A Leo (Facundo Cardosi), la suerte lo esquiva. O quizás sea él, que sin darse cuenta se ha conformado como un sujeto autodestructivo que repele asistencia y vínculos saludables. Se encuentra en el exacto momento de su vida en todo cruje, está en crisis con su pareja (separándose), con problemas económicos serios y sin lugar donde vivir.
Para peor, desde esa visión, todo lo que ve se ve mal. El no puede darse cuenta que con su accionar establece lazos complejos con el mundo que lo rodea. Incómodos. Débiles.
Está parado en el medio de un sismo y no logra reaccionar ante esa amenaza. Nacho Sesma vuelve luego de una interesante ópera prima ("Noche de perros") con un drama de esos que podemos definir como de búsqueda interna.
Cavilaciones, diálogos internos, enojos, dolor, sensaciones que fluyen y generan altos y bajos emocionales capitalizados por la correcta actuación de Cardosi, quien pone lo mejor de sí para encarnar a este solitario hombre perdido. Sabemos que nadie salvará a Leo hasta que él mismo se de cuenta de cómo detener el espiral de descenso a los avernos que está transitando.
El guión ofrece un recorrido no demasiado turbulento en cuanto a violencia, pero sí vehículo de incomodidad permanente para el espectador. Queremos que Leo entienda algo de lo que le pasa y que sea amable con la gente que trata de ayudarlo.
Pero no nos escucha y sigue su camino, con el único faro que a veces ilumina la pantalla, la bella y amistosa alumna que lo necesita (Alilín Salas) y que puede darle, tal vez, el cobijo que él necesita.
Sesma viene de traernos una comedia y vira hacia el drama melancólico y urbano del sujeto en crisis. De un hombre que llega a un nuevo punto de inflexión y se encuentra sin cartas para dar de nuevo y avanzar.
De alguien que no sabe, donde está, pero puede percibir que no es donde quiere estar.
En esa línea, la idea se cumple y el producto llega a buen puerto. Tiene lo que se necesita para ser una película honesta y directa. Modesta, pero aceptablemente construída y abierta a la emoción.