En el nombre de Dios y del dogma
Una notable tragicomedia, con humor negro y voces de denuncia, es la que nos presenta este film de la cinematografía croata. Desemboca en un drama que hace pie en lo que se conoce como "secreto de confesión" y abre puertas al dolor ajeno
Pocos sabemos de la cinematografía croata; en realidad, poco conocemos de tantas cinematografías que escapan a las habituales; priorizadas, en su presencia, por los mandamás del llamado Hollywood de hoy, que -excepto en algunos casos- no guarda relación alguna con el cine de los estudios de décadas idas. Y no sólo por ser nostálgico apunto estas observaciones (aunque en parte sí); sino, por sobre todo por ver cómo se nos priva de tantas obras de tantos realizadores de lejanas latitudes. Y no tan lejanas únicamente, ya que ni siquiera podemos ver los films de los países vecinos al nuestro.
Y si tal vez hoy este film se puede ver, en una única sala de nuestra ciudad, es porque todavía permanecen en pie algunas distribuidoras de Buenos Aires que tienen presente a otra franja de públicos; atentos, como se puede ver, a otros nombres, propuestas. Y que visitan no sólo los espacios de los festivales más ligados a intereses mercantiles partiendo de los Oscars sino que transitan por otros ámbitos como Montreal, San Sebastián, Karlovy Vary, Toronto, Berlín, Chicago, Roma, por nombrar algunos.
Lo que podemos sí confirmar es que este film, que ya fue presentado en numerosas ciudades europeas, fue un éxito de taquilla en su país. Y que permitió por igual que, de manera inmediata, volvieran a la cartelera los films anteriores de este realizador, Vinko Bresan, nacido en Zagreb en febrero del 64 y director de numerosos programas televisivos, además de dos films conocidos por nosotros sólo en salas alternativas.
En España se dio a conocer en noviembre del año pasado con el título de Los niños del cura, y a principios de ese año, Padre vostro fue el nombre con el que los cines italianos la programaron. Y lo que más llama la atención es la extrema diferencia conceptual que caracteriza al afiche original con los que circularon por los otros países.
En nuestro país, que mantiene el diseño y las figuras de los que poblaron las marquesinas europeas, el mismo nos ofrece una mirada armónica, de marcada ternura, sobre ese espacio habitado por niños, presidido por la figura de un joven sacerdote. En una atmósfera calma, sobrevolada por "globos de colores" en su parte central, diferentes niños de diferentes culturas son captados en un momento de esa primera infancia, con variados gestos y actitudes, posicionados en diferentes renglones horizontales. El afiche nombra al género, Comedia, y al vocablo Amén, en color rojo. Y la expresión de Don Fabián, ese joven cura recién llegado a una pequeña población costera del Adriático permite reconocer un gesto expectante.
Al acercarnos al afiche original, experimentamos, de manera inmediata, un brusco pasaje. De ese universo colorido, de ese fulgurante retrato de bebés en una paleta de arco iris, somos expulsados a una zona de marcada obscuridad. Diferenciamos sí un cuello blanco sobre una extendida sotana negra, una mano que se proyecta hacia nosotros mostrando con firmeza un punzante alfiler, orientando hacia arriba, mientras que la otra sostiene un preservativo desplegado. A la hora de visualizar un símbolo, podemos ver cómo emerge de ese juego compositivo la figura de una cruz.
Ya en este juego confrontativo de los dos afiches, que nos plantean un acercamiento diferente al film, están delineados los aspectos que organizan la trama argumental del mismo; la que da lugar a un relato que, partiendo de un cierto tipo de comedia, nos va internando, en sus diferentes y repentinos giros, hacia un potenciado drama. Un drama que hace pie, ya desde la secuencia inicial, en lo que se conoce como "secreto de confesión" y que habilita a un sorpresivo racconto.
Y es así como ese inicial secreto de confesión abre a otro, cuando, angustiado, un lugareño, a partir de las severas observaciones de su mujer, afirma que ha cometido un hecho homicida. Y es que para el dogma, el acto sexual, sólo se aprueba con mayúsculas cuando está orientado a la procreación. El film transcurre en los años en que el supremo Benedicto XVI, haciendo gala y ostentación de su figura imperial, legisla, condenando, todo método que ayude a la anticoncepción. Y es a la mismas puertas del Vaticano adonde llegará un día, con sus niños cantores, a ofrendar sus plácidas y fervientes melodías, el anciano párroco del lugar, envidiado por el recién llegado.
Frente al desequilibrio entre índice de mortalidad y de nacimientos, y ante las bondades del preservativo, un plan se empieza a motorizar, urdido entre el joven cura y el kioskero; quien diariamente ve cómo se agotan las provisiones de los preservativos, ante las demandas de los pobladores. A ellos dos se unirá, desde una actitud delirante y paranoica ante los musulmanes y otros extranjeros, desde su declarada xenofobia, el farmaceútico, quien vive pertrechado en estado de alerta.
Sobre el cómo pasan a actuar, a partir de aquí, el afiche original en gran medida nos informa..., siempre y cuando los compradores del buscado producto no sea vendido a extranjeros. Y es así cómo desde el comportamiento de un cura que asume la verdad divina, que juega a ser el mismo Dios y ese farmaceútico de reacciones disparatadas, temibles, con el aliado más destacado, el vendedor del kiosco, el film va siguiendo un itinerario de cambios constantes, planteados en diferentes claves estéticas, que van de los rasgos del slapstick (comedia en los años del cine silente), hasta una estética que nos recuerda a Amelie y Delicatessen, y cierto cine de animación; sin olvidar cierto anclaje en algunos pasajes del universo de Emir Kusturica.
Así, Con pecado concebidos se nos presenta: como una comedia de subrayado tono progresista, que no escapa a ciertas concesiones; pero que eleva la voz cuando se habla de pedofilia. Una comedia entre comillas que se ve atravesada por un zigzagueante humor negro, que abre más de una puerta al dolor ajeno, a situaciones límites. Y en uno de estos sentidos es más que relevante, en este aquilatado secreto de confesión, que abre el mismo film, la secuencia en la que el Obispo, a partir de haber recibido una carta de denuncia, hace pie en esa isla, bajando de un navío. Ese diálogo que mantienen los dos, el cura joven, Don Fabián y esta figura ministerial resuena por su tono de denuncia y de cierta condescendencia, como señal de ajuste e ilusoria comprensión.
Como en todo film ambientado en zonas alejadas de los grandes centros urbanos, Con pecado concebidos retrata una singular galería de personajes que en algunos casos rozan los estereotipos. Y tampoco están ausentes ciertas notas de exotismo que no alcanzan a hacer callar los llantos de los recién nacidos ni los que padecen una constante opresión; librada a la suerte de tradiciones y mandatos y dogmas impuestos.