El humor: una redención posible
Cuando Emir Kusturica pasó por Santa Fe junto a The No Smoking Orchestra, decíamos por estas páginas que “de una de las regiones más castigadas por la guerras fratricidas, salió esta agrupación cuya premisa es divertirse y divertir (...). Quienes tienen dentro de su biblioteca sonora el repiquetear de las Avtomat Kalashnikovas, o el grito despreciativo de ustacha, chetnik o muslime, saben que ‘la vida es un milagro’ y hay que ponerle música”.
Lo mismo vale para el humor. Ésa es la premisa que se plantea “Con pecado concebidos”, de Vinko Bresan: poder reírse de (casi) todo, con un humor ácido, con una incorrección política que en realidad es cercana al sentido común, especialmente en lo que respecta a la Iglesia Católica. Es un humor de situaciones en un registro que se mueve entre la comedia italiana y la bizarría a lo Judd Apatow, pero con una gran humanidad que envuelve en el principio y el final la historia (que además la posicionan como flashback).
El cura ingenioso
El relato nos lleva al arribo de Don Fabijan, un curita recién salido del seminario, a una parroquia de una isla dálmata en el Adriático, en la Croacia actual, donde las cicatrices de la guerra civil (e incluso de la Segunda Guerra) siguen vigentes. Una isla algo turística pero no tanto; donde la población envejece y mueren más que los que nacen, como en la islita escocesa de “El divino Ned”, o como el “Pueblo blanco” de Joan Manuel Serrat pero con agua alrededor. Fabijan entra como adjunto de Don Jakov, el cura popular, que dirige el coro de la iglesia, juega al fútbol y a las bochas y canta en un grupo a capella, todo lo que él no sabe hacer.
Fabijan está convencido que Don Jakov está haciendo las cosas mal, porque la feligresía decrece. Ahí aparece Petar, que atiende “el” quiosco de la isla, con un dilema moral planteado por Marta, su esposa estéril: vender preservativos es pecado.
El cura ve esto en relación con su dilema y arma el plan: hay que venderlos pinchados. Juntos empiezan una alocada espiral, en la que involucran a Marin, el que atiende “la” farmacia del lugar, medio “quemado del bocho” por la guerra (lo cual exacerba su xenofobia), que se suma a redoblar la apuesta y falsificar los anticonceptivos.
Pero como pueblo chico es infierno grande, pronto empieza a aparecer una serie de complicaciones: paternidades (y maternidades) que hay que adivinar (como en “El divino Ned”, que ya nombramos) o que complican la situación de los involucrados, que confiaban en la ciencia para no reproducirse. Esa espiral termina en sucesos que dejan de ser graciosos: el humor tiene sus límites.
Primero, en una de las consecuencias que los tres mosqueteros de la fertilidad no pueden controlar. Y después, en relación con la pedofilia, el problema que más golpeó a la Iglesia en los últimos tiempos (dicho por los dos últimos Papas).
La pedofilia es borde y límite del humor: desde la incorrección política del obispo (uno de los momentos más atrevidos y con más carcajadas) hasta sucesos que dicen “acá se terminó la joda” (planteando de paso ciertos problemas del funcionamiento corporativo de la Iglesia).
Miradas
Dijimos carcajadas y es así: el público argentino ríe a voz en cuello, demostrando que a pesar de la distancia histórica y cultural, hay elementos que son globales (¿acaso “católico” no quería decir “universal”?). Esto se debe en buena medida al ritmo y los logrados diálogos y situaciones que Bresan logra plasmar, de la mano del guión de Mate Matisic y de las actuaciones de Kresimir Mikic (Don Fabijan), Niksa Butijer (Petar), Marija Skaricic (Marta) y Draen Kühn (Marin), llenos de matices: algo que los vuelve creíbles dentro del mayor disparate o en la tragedia.
Algunos la han acusado de moralizante, los católicos croatas de ser obra de un complot gay-comunista, y por ahí desde afuera alguno puede pensar que la irrupción del elemento trágico arruina una comedia. Pero en los Balcanes tal vez unos cuantos (dicen que es la segunda película más vista en la historia de Croacia) saben que la cosa es al revés: que el humor es el que irrumpe en la tragedia, como una de las formas posibles de redención.