El bárbaro más blandito de todos.
Hace casi dos décadas se lanzó un film que al día de hoy se lo puede considerar de culto, Conan: El Bárbaro (Conan: The Barbarian, 1982). Dicho film además de convertirse en un icono del cine de luchas con espadas y brujería, también empujó a la fama al poco conocido por ese entonces: Arnold Schwarzenegger.
Dos años después surgió una secuela que mucho dejó que desear y el rumor de una tercera entrega que jamás logró concretarse, dejando así a la original Conan en el lugar del film que marcó a una generación entera como una de sus películas de la infancia.
En esta ocasión, la estrofa que inmortalizó Gardel en su tango “Volver” parece no cumplirse, veinte años es mucho tiempo, incluso para el más bravo de los aventureros bárbaros.
Ahora el cimmeriano es interpretado por Jason Mamoa (a quien recientemente se lo vio como un guerrero salvaje, en la serie Juego de Tronos). Ya con solo ver al actor podemos intuir el tono de este film. Pasamos de ver una montaña de músculos como lo era Schwarzenegger en su juventud a alguien más estilizado, morocho con un aspecto bronceado que a más de uno le recordará a un surfista metrosexual que a un vikingo.
Pero no solo el aspecto físico cambió, sino también el carácter. Cuando el primer Conan del cine acababa con sus enemigos en pocos y brutales espadazos, la nueva versión lo hace con un estilo de pelea que recuerda al Jiu Jitsu, es decir, más coreografía, menos salvajismo. La bestialidad innata del film de 1982 y su secuela también se perdieron, ya no veremos al cimmeriano “noqueando” a un camello de un solo golpe de mano limpia, ni bebiendo y comiendo sin modales.
Es una pena que estos detalles se perdieran, ya que son pequeñas actitudes que terminan definiendo al personaje en cuestión. Pero, a favor de esta versión debemos decir que la presencia de sangre por doquier y desmembramientos en primer plano abundan, algo que en la original se sentía en falta.
No solo el personaje principal adolece de “liviandad”, el film en su integridad, y sobre todo el guión de Thomas Dean Donnelly y Joshua Oppenheimer se encuentran con la misma carencia.
Siguiendo los parámetros del cine de aventura y acción más trillado, vemos todos los pasos obvios en una historia de este tipo: un inicio con voz en off que nos explica absolutamente todo lo que pasó y pasará, una escena de un adolecente Conan donde supuestamente se explican sus motivaciones, muchas escenas de acción filmadas de forma frenética, diálogos que provocan vergüenza ajena y el final donde el malo muere de forma irónica.
Es una pena que al intentar darle ritmo al film, se cayera en todos los clichés del género y muchas cosas pasan sin arbitrariedad para que el film no entre en un ritmo pausado, malentendiendo que ritmo es igual a vértigo, cuando con un guión un poco más trabajado y una cámara más estable, la brutalidad en la lucha y el temple de acero que caracteriza a Conan se hubiera logrado transmitir.
Si bien el trabajo de vestuario es soberbio y la fotografía logra cumplir su difícil tarea, la falta de carisma del personaje principal y el mediocre guión hacen que el film jamás despegue.
En conclusión, Conan: El Bárbaro es una película fallida que se podría tomar como análisis para ver los parámetros en los que se maneja Hollywood a la hora de hacer una cinta de aventuras y acción, donde parece que todo sale del mismo molde, como la espada de Conan.