EXIJO UNA EXPLICACIÓN
Sepan disculpar por la obviedad del título de esta crítica, pero eso fue lo primero que me pasó por la mente -parafraseando al propio Condorito- cuando terminé de ver la película de Alex Orrelle y Eduardo Schuldt. Porque… ¿en qué momento un cómic humorístico pícaro y bastante absurdo se convirtió en una aventura infantil impersonal, que busca público a los gritos entre padres nostálgicos y los restos que quedan en los márgenes de Pixar, Dreamworks o Ilumination Entertainment? Más allá de que el humor funcione en cuentagotas en Condorito: la película y que la aventura carezca de la imaginación suficiente como para sostener el relato, el problema mayor de esta coproducción entre Argentina, EE.UU. y Perú es su falta de precisión respecto del target buscado, falta de precisión que termina derivando en una confusión alarmante. Alguien debería explicarnos qué fue lo que pasó. Lo exigimos.
Me cuenta Matías Gelpi que desde hace un tiempo las revistas de Condorito buscan instalar el personaje de Coné, sobrino del protagonista, como un referente para los niños, con un apuntalamiento de sus aventuras por sobre el resto de los personajes. Decisión que indudablemente tiene que ver con un reposicionamiento del producto y una búsqueda de nuevos públicos. Pero si bien Coné nunca fue Daniel el travieso, ni tampoco una suerte de sobrino del Pato Donald, lo cierto es que había en su espíritu infantil una ingenua maldad que derribaba en ocasiones el universo de mentiras piadosas de su tío. Si incluso la película, en su búsqueda de instalarse entre los más chicos, hubiera apostado a trabajar ese universo infantil sin reglas como, por ejemplo, Las aventuras del Capitán Calzoncillos, al menos tendríamos un concepto que analizar. Pero nada de eso hay por aquí.
La obra del chileno Pepo, autor de Condorito, tenía virtudes y grandes defectos. Entre los primeros estaba el planteo de un universo de criaturas delirantes desde lo gráfico (la hipérbole era Huevoduro), que como Roberto Gómez Bolaños en El Chavo del 8 jugaba con el costumbrismo para posicionarse en un lugar ambiguo respecto de la moralidad de sus personajes. Eran buenos tipos, sin dudas, pero también podían cometer algunas maldades desde la más absoluta inimputabilidad. Y entre sus defectos podemos mencionar cierto conservadurismo (aunque en ocasiones hubiera burlas a instituciones como la policía) y una recurrencia a la picaresca que en ocasiones bordeaba cierto machismo bastante rancio (si es que el machismo tiene opción de no ser rancio), el cual podemos vincular con el humor de sketch televisivo que durante buena parte del Siglo XX reinó en la televisión argentina. Sin dudas que uno de los objetivos de los autores detrás de la película (entre los que se encuentra Martín Piroyansky) fue el de licuar esa incorrección política para que el producto pueda funcionar en el presente. El tema es que una cosa es licuar esa incorrección política y otra convertir a Condorito en una reflexión sobre el bullying contra la suegra Tremebunda.
En la película, Condorito vuelve a lidiar con su suegra Tremebunda, que se interpone por enésima vez en sus deseos de estar junto a la voluptuosa Yayita. Harto, el pajarraco la negocia con un extraterrestre (¿?) que la termina abduciendo mientras se roban un chiste de Los Simpson. Esa es la premisa, y desde ahí arranca un intento de fusión de comedia y aventuras que tiene homenajes innecesarios a Indiana Jones, y donde Condorito y Coné viajan al espacio para intentar recapturar a la señora e impedir que el líder de los extraterrestres se quede con un histórico amuleto con el que controlaría a toda la humanidad. En la película nada o muy poco funciona, el grupo de amigos queda relegado a un incómodo comic relief y sólo sobresalen los aspectos técnicos de un film animado que nada tiene que envidiarle a una segunda línea del mainstream hollywoodense. Tal vez lo más interesante sea el villano (buen trabajo en la voz de Jay Mammon), un líder al que nadie respeta y que es motorizado por el más absoluto rencor. Pero poco se profundiza y las cosas llegan hasta ahí.
Seguramente la peor decisión de la película sea la de incluir en los créditos finales las viñetas de Pepo, con los viejos chistes que entretenían mis tardes de infancia ochentosa. En esos momentos aparece la película que tendría que haber sido y ya nunca será.