A la manera de la saga “Contacto en Francia”
Como Contacto en Francia y su secuela, los recordados films de William Friedkin y John Frankenheimer, Conexión Marsella está basada más o menos libremente en la famosa estratagema mafiosa que introdujo toneladas de heroína en los Estados Unidos desde los puertos de la ciudad francesa. Un poco menos libremente, ya que aquí no hay un Popeye Doyle o un Alain Charnier, personajes que hagan las veces de representantes ficcionales del entramado real. El film de Cédric Jimenez nombra a los partícipes de uno y otro lado del mostrador con nombre y apellido, fundamentalmente a su protagonista, el juez de instrucción Pierre Michel –asesinado en 1981 por la misma mafia que intentaba combatir– y su némesis, Tany Zampa, el capomafia marsellés con ascendencia en Córcega que terminaría suicidándose tres años más tarde en su celda. No se trata, sin embargo, de una investigación minuciosa del caso y aledaños: La French intenta acaparar de entrada los placeres de la reconstrucción de época, el relato de ascensos y caídas gangsteriles y el retrato heroico del protagonista, con referencias cinematográficas indirectas que van de El Padrino de Coppola al Tony Montana de De Palma, pasando por varios capítulos del cine de Scorsese e incluso algunos del de Michael Mann.A pesar de una secuencia de inicio que anticipa vértigo y acción, Conexión Marsella no transita por los senderos de la testosterona y los tiros, concentrándose, en cambio, en las idas y vueltas de la investigación encarada por Michel –cuya relación con la superioridad será siempre tirante, entre otras razones por las evidentes corruptelas internas– y las traiciones y reorganizaciones del clan criminal. La película remite claramente a cierto tipo de policial duro y crudo de fines de los 60 y comienzos de los 70, tanto en su vertiente original estadounidense como en sus derivaciones europeas, en particular, el poliziotteschi italiano. Pero también a la tradición polar francesa (no por nada el film arranca con el logo de la compañía Gaumont en su versión setentosa), aggiornado con un montaje por momentos frenético y una fotografía resplandeciente que hace olvidar la imagen granulosa de las calles de Nueva York del film de Friedkin. Jean Dujardin (El artista) hace suyo el papel del juge Michel, acompañado por un reparto de previsible profesionalismo (Gilles Lellouche es el encargado de darle vida al criminal Zampa).Y profesionalismo es la palabra ideal para describir Conexión Marsella: un relato que sólo se estanca en algunos pasajes intermedios, cierta tensión de baja intensidad, aunque sostenida en el tiempo, el goce de un diseño de producción atento a los detalles, una banda de sonido que va del cover de la francesa Sheila de “Bang Bang” al hit de Blondie “Call Me”. Y allí se agotan las virtudes, casi todas ellas derivadas de otros y mejores títulos. A diferencia de una película como Carlos, de su compatriota Olivier Assayas –que también ofrece, y con creces, ese mismo catálogo de deleites–, su mirada retro sobre el submundo criminal y aquellos a cargo de combatirlo no ofrece una lectura que vaya más allá de la superficie, de conflictos evidentes y complejidades simplificadas para la ocasión. Por caso, la relación de Michel con su familia, diseñada para “conectar” con el público y que, en todo momento, se siente como una relación de diseño del guión.