Lo relativo de la justicia
Si el western es el género cinematográfico ideal a la hora de desplegar el relato histórico, el policial es casi indispensable a la hora de enmarcar la dimensión filosófica de la ficción. Qué mejor para hablar de la soledad, el nihilismo, o de la extinción de la moral, que un policía decadente, investigando un crimen exagerado en un callejón húmedo y olvidado. El policial ha asumido la tarea de cuestionar los finos hilos que sostienen la sociedad, al mismo tiempo que entretiene; y dado que el entretenimiento es uno de esos finos hilos, toda película debería partir de la idea de ser, en algún punto, un policial. Estas aclaraciones son para subrayar el principal mérito de Conexión Marsella que es ser un policial oscuro bien constituido dentro de las tradiciones temáticas del género, a la vez que también es un film moderno desde lo formal.
Basada ligeramente en los mismos hechos reales que inspiraron la maravillosa obra maestra de William Friedkin, Contacto en Francia (1971), Conexión Marsella es de alguna manera una remake o un homenaje, aunque tranquilamente podríamos pensar que ya que su campo de acción se limita prácticamente al “lado francés” de la historia, estamos ante un complemento tardío de la película de Friedkin.
El director Cédric Jimenez logra encuadrar el espíritu del cine norteamericano de los años setenta en un marco más moderno. Vemos actuaciones contenidas, un relato directo, crudo sin adornos, y la sensación constante de que la civilización es una tragedia sin posibilidad de redención. Básicamente los setenta. Jimenez filma al estilo de Paul Greengrass (La supremacía Bourne; Bourne: el ultimátum; Capitán Phillips), es decir, una textura de apariencia cruda y una cámara movediza que apenas nos deja acomodarnos y que favorece el tipo de montaje al que apela. De hecho, el montaje paralelo es fundamental en Conexión Marsella, no sólo para ajustar el ritmo, que es constante y casi sin baches, sino para marcar, aunque suene redundante, los paralelismos que hay entre las dos partes del conflicto principal de la historia, que disuelven las aparentes distancias morales y emocionales. El bien, el mal y sobre todo la justicia son irrelevantes en un mundo donde el negocio ya no es el dinero, sino que el poder sucio y concreto. El negocio del imperio como diría alguna vez Walter White.
Jimenez divide el relato en dos partes que inician desde el punto de vista del protagonista, el juez de crimen organizado Pierre Michel (una buena actuación de Jean Dujardin, excepto cuando abusa de la sonrisa boba que lo hizo famoso en El artista). Se cuenta las causas y consecuencias políticas y personales de su lucha contra la organización delictiva “La French Connection” dirigida por la otra cara de esta historia que es el capo mafia “Tany” Zampa (un interesante Gilles Lellouche). Es cierto que la historia puede llegar a lucir estirada por momentos, sin embargo, Jimenez se toma el tiempo para contar lo necesario, para otorgarle más profundidad a los protagonistas que se nos dibujan necesariamente más humanos. Entendemos sus motivaciones, y sabemos lo que ponen en juego.
Lo demás es lo de siempre, el mundo está necesariamente perdido; el bien, el mal, y la justicia son puros concepto relativos a la perspectiva de quien los use; y los hombres actúan por instinto, obsesión o caprichosa voluntad. Esta cosmovisión se desprende de cualquier policial, y así lo vemos en Conexión Marsella. Sin revelar nada, digamos que el final tiene puntos en común con el de Un maldito policía en Nueva Orleans de Werner Herzog, y que sin dudas el mundo lo heredan los oportunistas.