Congreso

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La gran noche

Congreso, opera prima de Luis Fontal, antes que nada es una comedia generacional. La palabra, lejos de condicionarla o al menos encasillarla en un grupo de películas argentinas como 20.000 Besos (2013) o Días de vinilo (2012), le cae perfecto para encontrar un público amplio capaz de identificarse con el derrotero de estos seis personajes, todos de treinta años para arriba, dividido en tres masculinos y su par femenino.

Los hombres se preparan para una noche de fiesta con el pretexto de una cena mexicana en la que están invitadas tres amigas, dispuestas a esa cita a ciegas para pasarla bien. El anfitrión Nicolás (Ezequiel Tronconi, también guionista) se encuentra con su novia, son los únicos personajes que ya tienen una relación de antemano. El resto está en igualdad de condiciones, es decir, con las máscaras y roles a cuestas bajo la impunidad del desconocimiento ajeno.

El mecanismo de máscaras también funciona, en términos narrativos, para marcar diferencias entre los personajes. Por el lado de las chicas, Agustina Quinci, Florencia Benítez y Sabrina Macchi, hay una que se dedica a la kinesiología, otra que estudia cine y la tercera que hace del papel de novia. Para los hombres quedan los roles de arquitecto separado, Germán (Maximiliano Zago) y actor vocacional, Gonzalo (Matías Dinardo) y del ya mencionado anfitrión, cantante de rock.

Sin embargo, los maquillajes y las máscaras comienzan a descascararse una vez superada la inercia de las presentaciones y con el paso de las horas, el alcohol y sustancias varias para participar de esos juegos peligrosos, donde quedan expuestas las miserias y secretos de cada participante.

En realidad eso es la superficie de Congreso (2013), porque en el apartado más profundo, generado a partir de muy buenos climas, entran a tallar otro tipo de conflictos, pero también afloran emociones y sueños incumplidos. Para esos climas es insustituible el buen material sonoro, integrado por una serie de temas musicales entre los que se cuelan Kevin Johansen, referencias directas a Soda Stereo (el hallazgo del vinilo de Signos), pero también con un puñado de temas propios muy acordes a cada escena.

La amistad a los treinta podría ser un título tentativo de esta película ultra independiente, donde el barrio de Congreso, que da origen al título, opera no tanto desde lo geográfico sino desde ese espacio cinematográfico, en el que confluyen la nostalgia, la madurez y la melancolía por el tiempo que no volverá.