Ecos carpenterianos
En los últimos años el crowdfunding se ha hecho presente en múltiples casos donde los grandes estudios no dan cabida a producciones de la periferia, esas que escapan a aquello que los cráneos del marketing consideran un éxito masivo multi-target que rebalse la taquilla.
La mayoría de las veces dichas producciones tienen un estreno limitado, condenado a las pantallas virtuales en el mejor de los casos. Conjuros del más allá (The Void, 2017) es un film surgido precisamente del crowdfunding y gracias al revuelo y la sorpresa que generó en los fans del género de terror se ganó un lugar en salas locales.
El oficial Daniel Carter (Aaron Poole) no se encuentra atravesando su mejor momento en lo personal y profesional cuando una noche encuentra un joven en el medio de la ruta huyendo de dos hombres que lo quieren asesinar. Cuando lleva al joven herido al hospital son perseguidos por los captores, pero todo el grupo se ve forzado a atrincherarse dentro del lugar, el cual ahora se encuentra rodeado por decenas de hombres encapuchados que parecen pertenecer a un extraño culto. Si, así de convulsionado y dinámico arranca todo. El ocasional grupo de médicos, pacientes, captores y hombres de la ley deben entonces trabajar juntos para hacer frente no solo a la amenaza externa, sino también a una extraña fuerza que intenta apoderarse de ellos uno por uno.
La dupla Jeremy Gillespie-Steven Kostanski no disimula en lo absoluto las referencias/homenajes que toman del universo monstruoso de H.P. Lovecraft (principalmente el mito de Cthulhu) sumándole la estética carpenteriana de El príncipe de las tinieblas (Prince of Darkness, 1987) combinado con El más allá (L’Aldila, 1981) de Lucio Fulci. Las realidades paralelas, los portales a otros mundos y la oscuridad imperceptible que habita nuestra realidad son los pilares de su estructura narrativa.
Jeremy Gillespie y Steven Kostanski son dos realizadores iniciados en el mundo de los efectos especiales, factor presente en cada criatura, tripa y tentáculo que vemos en pantalla. Hay un aire nostálgico que homenajea al horror pre-CGI de mitad de los ‘80, aquel que hacía todos sus trucos en cámara logrando que el realismo absurdo le gane la pulseada a la lógica.
La primera mitad del relato progresa con suma atención en los detalles y generando gran clima, pero conforme nos acercamos al final, el gore aumenta y la trama parece saturarse haciendo colapsar la lógica interna de un film lleno de excelentes ideas tanto argumentales como estéticas, cuyo único pecado es la ambición de querer abarcar demasiado en una misma historia. Pero sin dudas sentando precedente para dos nombres que pueden traer muchas buenas ideas y renovación a un género que lo necesita.