TERROR VINTAGE
Una de terror con buenas intenciones, pero con eso no hacemos nada.
Lo mejor de está obra del terror canadiense súper independiente es su premisa y su aura ochentosa que, en seguida, nos recuerda a lo mejor de John Carpenter o Clive Barker. Sus directores, los ignotos Jeremy Gillespie y Steven Kostanski, vienen del palo de los efectos especiales y la dirección de arte, y se les nota ese gustito por los monstruos, lo grotesco y las sensaciones más palpables.
Hasta ahí, todo bien. “Conjuros del más allá” (The Void, 2017) arranca con una matanza en una cabaña del bosque, un joven que huye del lugar, y pronto es auxiliado por el oficial Daniel Carter (Aaron Poole), que decide llevarlo al hospital más cercano, aunque este está cerrado por reparaciones tras un incendio, y casi todos sus habitantes fueron derivados a otra institución.
Allí solo permaneces algunos pacientes, el doctor Richard Powell (Kenneth Welsh), un par de enfermeras –entre ellas Alison Fraser (Kathleen Munroe), la esposa de Carter-, y una joven que está por dar a luz, junto a su padre. El lugar semi abandonado, de por sí, luce siniestro, pero a poco de llegar la dupla las cosas comienzan a complicarse.
Un extraño grupo de hombres encapuchados rodean el lugar impidiendo la salida de los presentes. Se ven amenazadores y armados, por lo que Carter decide atrincherarse con los demás a la espera de refuerzos, o de un milagro. Pero adentro no están más seguros, y todo se empieza a descontrolar cuando Beverly, una de las enfermeras, asesina a uno de los pacientes y, tras ser abatida por el policía, vuelve a la vida convertida en una grotesca criatura que devora todo a su paso.
La primera parte de “Conjuros del más allá” atrapa por su terror lovecraftiano, la atmósfera de suspenso que va creando, y el desparramo de violencia y gore a la vieja escuela. Intenta evitar los lugares comunes (o al menos los utiliza a su favor) y nos invita a sumergirnos en una trama que promete, desde el vamos, unos cuantos sustos. Pero una vez que empiezan las explicaciones y conocemos la verdad que se esconde tras estos monstruos, la “secta” y el hospital en sí, la historia se empieza a caer a pedazos, un poco por la proliferación de elementos muy reconocibles, y otro tanto por sus delirios metafísicos.
Lo que Gillespie y Kostanski consiguen con muy poco: buenos efectos especiales (se nota la artesanía y no el abuso del CGI) y caras poco conocidas, se desploma en la segunda mitad con sobre explicaciones, actuaciones exageradas y un final WFT!? que no ayuda para nada.
Aplaudimos el rescate (emotivo) de ese cine clase B de los ochenta que tanto nos gusta, pero no nos podemos quedar sólo en la forma y hacer la vista gorda al contenido. Las buenas películas de terror de 2017 (“Huye”, “La Morgue”, “Fragmentado”) demostraron que se puede ser original (o al menos brillar) con muy poco, así que no hay mucha excusa cuando no sobran los billetes.
El terror siempre estuvo relacionado con los bajos presupuestos y supo destacarse de la mano de grandes realizadores como Roger Corman, George A. Romero y el mismísimo Carpenter. Jeremy Gillespie y Steven Kostanski aprendieron bien de estos maestros, pero deben ajustar sus tuercas narrativas: “Conjuros del más allá” no es buena en su conjunto, aunque es un buen comienzo que debe ser tenido en cuenta.