Poco sonido... y nada de furia
Recientemente estrenada en nuestro país, la película número 41 de Woody Allen, Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger, 2010), trata los tópicos a los que nos tiene acostumbrados el director nacido en Brooklyn: el amor, el sexo y la felicidad; el paso del tiempo y las ansiedades (e ilusiones); el sentido de la vida y el arte. Como Almodóvar en sus últimos trabajos, Allen demuestra una vez más que sabe cómo contar una historia, atrapando y llevando al espectador/a de principio a fin -en este caso, con una “historia coral”-.
Así, tras una cita inicial de Shakespeare (“Todo es estruendo y furia y, al final, no significa nada”), veremos a un matrimonio burgués de 40 años separarse: él (Anthony Hopkins) buscando una “segunda juventud”, por medio del deporte y el “noviazgo” con una joven prostituta (Lucy Punch); ella (Gemma Jones) por medio del alcohol y las videncias de una “bruja”.
El otro matrimonio, más joven, sufre los avatares del desgaste de no tener un hijo, de no tener más dinero, y de no tener “más arte” (ella -Naomi Watts- una galería propia; él -Josh Brolin-, un nuevo libro que sea “éxito de ventas”).
Con todo esto -y con varios personajes más, como el de Freida Pinto, de Slumdog Millonaire, y Antonio Banderas- Allen combina, cruza, relaciona todas estas criaturas, mostrando las presiones sociales, económicas y familiares (los “mandatos” que recibe todo ser humano hoy), con sus tragedias (mostradas por momentos cómicamente), y dejándonos al final del film con más dudas que respuestas acerca de cómo termina(rá)n las historias que nos cuenta.
La crítica ha sido, como era esperable, “bipolar”: varió de los adulones incondicionales hasta los críticos más acérrimos, defensores de los anteriores éxitos, ya “clásicos”, de la filmografía de Allen (como Esposos y esposas, Annie Hall, Manhattan, Zelig, entre muchas otras).
En mi opinión la película -la cuarta ya rodada en Inglaterra- “se deja ver”. Es fluida, bien llevada. Hay bellas imágenes de interiores y exteriores (una excelente fotografía), varios gags y escenas de tensión y drama bien hechas. Sin embargo los personajes que nos trae Allen son bastante “estándar”, predecibles: lo que brinda cierta comodidad para el espectador/a, y las viejas chispas de ironía y cinismo inteligentes que había en sus obras de los ’70 y ’80 dieron lugar a un ácido pesimismo “contemporáneo”... bastante superficial.
A diferencia de aquella gran obra de la literatura norteamericana -que también hizo suyas las palabras de Shakespeare en Macbeth-, El sonido y la furia (1929), de William Faulkner, donde hay en verdad acciones apasionadas, con Woody Allen tenemos aquí (apenas) algunos personajes, previsibles y estereotipados, que se arrastran en pos de algo (sus deseos) que quedará en el silencio. O la nada.