Si a una película de carreras de autos le sumamos clasicismo narrativo, actores talentosos y la medida justa de drama familiar y comedia de amigos, el éxito está asegurado. En Contra lo imposible, el director James Mangold (El tren de las 3:10 a Yuma, Logan) se vale de estos elementos para reconstruir la historia del mítico duelo entre Ford y Ferrari en las 24 Horas de Le Mans en 1966. El resultado es un relato épico-deportivo que emociona y entretiene en partes iguales.
El filme interpretado por Christian Bale y Matt Damon es una sinfonía de motores en marcha que acelera su ritmo y se intensifica hasta convertirse en una efectiva mezcla de individualismo competitivo y proeza grupal. Mangold demuestra una vez más que sabe cómo contar una historia con ingredientes que gustan a todo el mundo: tensión, dramatismo, humor, buenas actuaciones. La clave es entretener con una historia sólida, bien contada, que acelera y frena cuando tiene que hacerlo.
A los fanáticos de las carreras les va a encantar por sus tecnicismos, guiños y complicidades. Pero la gran virtud de la película es que alterna la información específica del deporte en cuestión con la información apta para todo público, para que no resulte una película pesada pero tampoco demasiado liviana. Es en este equilibrio donde residen su grandeza y su encanto.
Ken Miles (Bale) es un genio de la mecánica que tiene un carácter difícil y un alto sentido de la competitividad. Mientras que Carroll Shelby (Damon) es un talentoso diseñador automovilístico que pronto se convertirá en el primer estadounidense en vencer en Le Mans.
Shelby también es un gran vendedor y sabe del talento inigualable de su piloto y amigo, a quien los de la compañía Ford no quieren ver ni en figurita, sobre todo por su aspecto poco atractivo para la imagen de la empresa. Sin embargo, los dos se las ingenian para fabricar un auto superior al de Ferrari.
Bale y Damon no solo demuestran por qué son grandes actores, sino que también interpretan a dos compañeros de pista que se complementan a la perfección. Nadie mastica chicle como Shelby/Damon mientras mira con odio a uno de los ejecutivos de Ford. Y nadie demuestra ser tan exigente consigo mismo como Miles/Bale. Sin dudas, son ellos dos el verdadero motor de la película.
Pero lo más interesante es cómo el filme retrata el espíritu del capitalismo fordista, su burocracia kafkiana y su personalidad competitiva. No hay diferencia entre la megalomanía egocéntrica e individualista de Henry Ford II y la de Ken Miles, ya que ambos son hijos inconscientes del sistema, dañados por su filosofía, que hace creer que el sentido de la vida está en ganar dinero o una carrera.