Los hechos narrados en Contra lo imposible forman parte de la gran historia del automovilismo deportivo. Transcurrieron en 1966 durante las 24 horas de Le Mans, una competencia ideal para su recreación cinematográfica. Pero a diferencia de la película ambientada en esa misma carrera que Steve McQueen protagonizó en 1971, esta obra está pensada para un público que va mucho más allá del mundo tuerca.
Aquí hay secuencias vibrantes instaladas en la pista, extraordinarios alardes visuales y de montaje para llevarnos a vivir la experiencia plena de ese mundo vertiginoso, pero Contra lo imposible (título local bastante caprichoso) nos habla más que nada de otra cosa: del convencimiento y de la decisión de dos personajes dispuestos a superar adversidades para conseguir el triunfo, algo de lo que están plenamente convencidos.
El mundo del automovilismo conoce de sobra la historia de Carroll Shelby, un piloto estadounidense que ganó Le Mans en 1959 y por problemas físicos se vio obligado a reconvertirse en diseñador y director de escudería. Y también la de Ken Miles, un corredor británico elogiado en su momento por su mezcla virtuosa de cálculo y riesgo al volante. Ambos conforman una alianza no exenta de chisporroteos para cumplir el deseo de Ford: derrotar a la orgullosa Ferrari (una marca orgullosa de su perfil más artesanal que industrial) en la carrera de autos más arriesgada del calendario.
Con impronta clásica, narración fluida y emociones a granel, Contra la imposible parece todo un homenaje al cine de Howard Hawks: un mundo masculino de amistades férreas y convicciones profundas y profesionalismo a toda prueba siempre dispuesto a entrar en acción. Y en el que también la mujer es capaz de probar su fuerza y ayudar a que cualquier duda termine resuelta. Aquí funcionan a la perfección tanto las escenas de acción pura como los momentos de intimidad y profundidad dramática en los cuales se ponen en juego las certezas de los personajes. Y la película, a la vez, es el triunfo de la decisión individual por sobre cierta lógica encarnada por las estrategias corporativas, otra muestra del espíritu clásico que marca todo el relato.
Los protagonistas están aprovechados como nunca. Damon vuelve a demostrar su talento para expresar todas las emociones de su personaje desde una contención admirable y Bale esta vez encuentra en su Ken Miles un vehículo perfecto para poner en juego toda su intensidad interpretativa. Junto a ellos, Letts se adueña de un par de escenas memorables como Henry Ford II.