Sin ningún lugar a dudas, Contra lo Imposible (2019) es una de las mejores películas del año. Y más allá de la temática en sí —épica y vertiginosa, por lo menos en lo que atañe al mundo del automovilismo— es el cómo está narrada, referenciando a la premisa básica —muchas veces despreciada en busca de experimentos vanguardistas en donde se da más importancia al contenido que a la forma— que asevera que no es tan importante el qué se cuenta sino el cómo.
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En la última película de James Mangold, ambas cosas son importantes. El contenido: la rivalidad que existió en la década del ´60 entre Ford y Ferrari por alcanzar la gloria —en el caso de Ferrari, la supremacía; en el caso de Ford, el arrebato de esa supremacía— en una de las competencias más icónicas y extenuantes del automovilismo: las 24 horas de Le Mans, circuito francés que, hasta el día de hoy, es un verdadero desafío para la integridad física y emocional de los pilotos que allí participan. Por el otro, la forma: lo maravilloso de deleitarnos con una buena historia, sin confusos saltos temporales, sin abusivas metáforas para entendidos, sin recursos estilísticos para cinéfilos de academia, simplemente el disfrutar de dos enormes actores que brindan, a través de sus personajes, una empatía que comienza desde el minuto cero de la película. El contenido y la forma plegadas sobre sí mismas como un cinta de Moebius en un verdadero estado de gracia.
Claro que para que eso ocurra tiene que haber por detrás un excelso director de actores. Y Mangold lo es. Un realizador que tuvo entre sus filas a nada menos que Robert De Niro, Harvey Keitel y Ray Liotta en Cop Land (1997); a Winona Ryder y Angelina Jolie, esta última ganó el Oscar por esta interpretación, en Inocencia Interrumpida (1999); a Joaquín Phoenix y Reese Whitespoorne en Walk the Line (2005); a Russell Crowne y Christian Bale en 3:10 to Yuma (2007), entre otros.
En su última película vuelve a convocar a Christian Bale, esta vez para el papel de Ken Miles, mítico piloto que compitió en el circuito de Le Mans de 1963, y a Matt Damon como Carroll Shelby, el constructor que diseñó el prototipo para semejante hazaña. Ambos, en un duelo actoral que recuerda a otro duelo de la misma envergadura que tuvimos este año —Leonardo di Caprio y Brad Pitt en Érase una Vez en Hollywood de Quentin Tarantino— nos sumerge en una historia de desafíos, de bajezas, de envidias y mezquindades que no vienen precisamente de los dueños de las grandes corporaciones —Henry Ford II y Enzo Ferrari— sino que se entreteje en la mismas entrañas, entre los mismos ejecutivos de la Ford Motor Company; los mismos que solo conocen el vértigo de las ganancias y no el vértigo que se corre en las pistas de carrera.
La historia es una de las tantas del Hollywood clásico, el de la vieja escuela: el desafío de vencer a un contrincante muy superior a través del esfuerzo, la imaginación y la fuerza de voluntad, claro que en este caso, hay unos cuantos millones de dólares dando vueltas para que eso pueda hacerse realidad.
En la década del ´60 existían dos corporaciones muy funcionales dentro de su propio nicho: Ferrari producía pocos autos y se dedicaba a romper récords en cuánta competencia automovilística se presentara. Le Mans era una de ellas y las venía ganando desde 1960. Ford, producía millones de autos para una clase media norteamericana que amaba esos vehículos kilométricos con diseños cada vez más elegantes, pero incapaz de aventajar a cualquier otra marca en cuanto a velocidad, y en ellas entraban no solo Ferrari, sino Jaguar, Porsche y McLaren, un ejército de torpedos con ruedas capaces de incendiar las pistas más difíciles. Por eso, cuando Henry Ford II (una excelente actuación de Tracy Letts) decide, luego de que fracasara un intento de aliarse con Ferrari, poner un pie en ese mundo tan competitivo, no tiene mejor idea que asociarse con unos de los mejores constructores de automóviles del momento: Carroll Shelby (Matt Damon), quién había ganado una competencia en Le Mans y conocía muy bien a qué se enfrentaba. Pero para semejante proeza necesitaba no solo diseñar un buen auto —el futuro GT40— sino tener un buen piloto. Ese piloto no podía ser otro que Ken Miles (Christian Bale), viejo conocido de Shelby, pero algo impredecible y bastante violento cuando se trataba de seguir ciertas reglas que contradecían las propias. La unión parecía imposible, pero lo imposible —ganar las 24 horas de Le Mans con un Ford— lo parecía más. Es así que entablan una sólida pareja en donde la pasión por el diseño y la velocidad los vuelve entrañables amigos.
Con la venia de Henry Ford II comienzan esta odisea de superación. Claro que para que haya épica tiene que haber un antagonista. Y en este caso, no viene del enemigo a vencer sino de las mismas filas del bando amigo. Leo Beebe (Josh Lucas), ejecutivo de Ford es el que pone palos en la rueda —nunca tan bien utilizado el término— para que Ken Miles no sea el piloto. Una cuestión personal que hace zozobrar en más de una ocasión los planes de Shelby. Pero el constructor protege a su piloto estrella contra viento y marea. La escena en que lleva a dar una vuelta a Henry Ford II a 200 km por hora para demostrarle que no cualquiera puede manejar un auto que él mismo financió es antológica y muestra a las claras hasta dónde es capaz de llegar. Y si Beebe no se dará por vencido, Shelby tampoco. Hasta la última vuelta del Le Mans ´66 estarán enfrentados en un duelo sin precedentes por defender cada uno sus puntos de vista.
La grandeza del último film de Mangold es hacernos partícipes entusiastas de una carrera de autos aunque no seamos afín a este tipo de competencia deportiva. Y si bien toda la película retrata con sumo detenimiento la psicología de cada personaje —eso la vuelve más profunda y emotiva— las escenas de las carreras es sumamente adrenalínica; con montajes y tomas increíbles al mejor estilo Frankenheimer —director de Grand Prix (1966)— y una banda de sonido de Marco Beltrami y Buck Sanders que se complementa de manera magistral con el rugido de los motores. Mención especial para la increíble y exhaustiva recreación de lo que fue el año 1966, no solo en los talleres y fábricas sino en las ciudades y los ínfimos detalles que aparecen en todo el metraje.
Contra lo imposible —en el original Le Mans ´66, Ford Vs. Ferrari— es junto a Las 24 Horas de Le Mans (1971) de Lee Katzin con un gran Steve McQuinn, Peligro, Línea 7000 (1965) de Howard Hawks, Rush (2013) de Ron Howard y el ya mencionado Grand Prix (1966) de John Frankenheimer, de las mejores películas sobre automovilismo que se han filmado en lo particular y una gran lección de cine en lo general. Y no hay que ser un entendido para poder disfrutarla, porque la maestría de Mangold hace que este film de dos horas y media de duración vuele a 4000 revoluciones por minuto sin que nos demos cuenta.