Cualquier metáfora será válida para decir que esta película es un gran vehículo para dos grandes actores en la carrera del Oscar, o que detrás del volante hay un director que conduce derecho a la meta y no vuelca. O que la película marcha, toda, todo el tiempo sobre ruedas.
Contra lo imposible -otro título que se aleja semánticamente del significado del original, mucho más directo de Ford v Ferrari- es una película como las de antes. Es una producción hollywoodense de las que pueden denominarse clásicas, en su estilo de narración y hasta en su trama, pero rodada con los avances de la tecnología actual.
Como no todo el público tiene por qué saber qué pasó en la carrera de las 24 horas de Le Mans en 1966, el director James Mangold -que salvo en Logan, que fue un aire fresco en el mundo de los X-Men, no se había mostrado mucho más que como un prolijo y correcto realizador- se toma su tiempo y presenta a sus protagonistas.
La disputa entre ambas escuderías, la estadounidense Ford, la italiana Ferrari, tuvo su punto más alto de rispideces y tensión precisamente en el circuito francés ese 1966. Los personajes principales son Carroll Shelby (Matt Damon), que fue el piloto estadounidense que ganó Le Mans en 1959, y se dedicó a diseñar y vender autos ya retirado como piloto por un problema cardíaco, y Ken Miles (Christian Bale), piloto británico.
Ambos juntaron fuerzas, dejaron controversias o desacuerdos entre ellos -la pelea cuerpo a cuerpo en la calle, mientras la esposa de Miles los observa sentada en su reposera en el jardín de adelante de su casa pinta a los protagonistas- para, contratados por Henry Ford II, vencer al Commendatore Enzo Ferrari (Remo Girone, estupendo).
Eran épocas en que las carreras las ganaban los pilotos (y los hombres) antes que los automóviles. El conocimiento, el temple y la sagacidad vencían a lo mecánico y la (de nuevo) tecnología del momento.
Contra lo imposible es una película de automovilismo, de acuerdo, pero también de valores, solidaridad, honor y bajezas. Así como Shelby se comportó en algún tramo de la carrera como un “bilardista” (le roba un par de cronómetros a los de Ferrari; les tira un bulón al suelo para que crean que algo está mal), lo peor vendrá de otra parte. Y no, para aquellos que no saben qué pasó en la carrera, no spoilearemos nada.
Si Damon sigue siendo lo más parecido al estadounidense medio, que desde James Stewart, pasando por Tom Hanks, haya brindado el cine hollywoodense, hay que ver el rostro, la mirada, los gestos y la manera de hablar de Christian Bale como el británico Miles a bordo del Ford GT 40. Muchos lo recuerdan a Bale por Psicópata americano o el Batman de Christopher Nolan, pero este año mereció mejor suerte con El vicepresidente. A no olvidarlo.
Tracy Letts, caracterizado y avejentado como Henry Ford II, está excelente cada vez que le toca participar, y Josh Lucas da perfecto como el ser al que todos debemos odiar.
Todos méritos de ellos y de Mangold, que en Cop Land (1997) había sorprendido con otra historia básicamente masculina, sacando talento de la piedra que suele ser Stallone, con Keitel, De Niro y Ray Liotta.