El lado oscuro del género policial
Por amplio margen el género policial obtiene el trono y ocupa el primer lugar en el productivo año (158 estrenos hasta hoy) del cine argentino. El segundo título de Nacho Garassino (debutante de ese buen ejemplo genérico en vertiente carcelaria de El túnel de los huesos) emplea los códigos del film noir, con la ciudad como protagonista, unos personajes de inmediata identificación y una estructura de relato que, nuevamente y como sucedía en recientes películas, elige el flashback como imperiosa necesidad narrativa.
El movimiento circular al que está sometida la historia, por un lado, favorece en la captación de ciertos climas enrarecidos y en la descripción de un mundo que coquetea con la ilegalidad pero sin caer en el clisé bienpensante que puede acosar al género. Por otra parte, esos pequeños racontos que cortan de tajo a la trama también se presentan de manera poco sugestiva, invadiendo de manera gratuita una atmósfera, un instante enrarecido que se expone a la somera explicación visual. En esos trances del relato se encuentra Contrasangre, apoyándose en un cuarteto actoral (Juan Palomino, Daniel Valenzuela, Sergio Boris, Germán de Silva) que hace de la aspereza interpretativa y de la incorrección política seleccionada para sus personajes una especie de celebración de la suciedad y el peligro, bien entendidos, claro. En este punto, pegó el faltazo Luis Ziembrowski. En oposición al universo viril, Analía (Emilia Attias), la criatura atractiva e imperfecta para ir desovillando una trama que une y separa a los personajes masculinos. A Garassino, en ese sentido, se lo ve a sus anchas en las escenas en un bar repleto de policías y putas, en la inestable psiquis del encargado de seguridad que encarna Palomino y en la violencia física y visceral que se desencadena en el último tramo del film. En oposición, y de acuerdo a sus inclinaciones genéricas, menos acomodado se lo percibe en el dramatismo de las escenas íntimas y en la construcción de algunas escenas.