La vida continúa bajo el sol de Toscana
Copie conforme (copia certificada), a pesar de ser un film realizado en Francia y contar con la luminosa actuación de Juliette Binoche, conserva todas las marcas autorales de su director, Abbas Kiarostami (1040, Teherán, Irán), y, a la vez, plantea un juego de espejos con el Rossellini de Viaje por Italia (1954). Pero la película se disfruta por sí misma y su notable sistema narrativo es capaz de combinar con maestría ligereza y oscuridad, amor y desamor, para crear la copia más original que se haya visto.
Una mujer vinculada con una galería de arte a la que nunca se nombra asiste a la conferencia de un exitoso escritor inglés recién llegado a Toscana para presentar la versión italiana de su último libro llamado, precisamente, Copie conforme, en el que teoriza sobre la idea del arte como eterna copia, como combinación de elementos predefinidos. A ella no parece importarle demasiado el asunto pero terminará viajando hasta el pequeño poblado de Lucignano para visitar una obra de arte que podría poner en perspectiva la teoría de él.
El centro de la historia es la conversación durante el viaje entre estos personajes interpretados por una inspirada Binoche y un sorprendente William Shimell (que no es actor sino barítono). Un paseo en auto por una bella Toscana que nunca se transforma en postal es la excusa perfecta para que hablen prácticamente de todo, algo que ya sucedía en la obra citada de Rosellini y, entre muchas otras, en Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004), disfrutables películas de Richard Linklater. El talento principal de Kiarostami reside en sumar estas capas de referencias (paseando además por la comedia romántica americana y los rasgos más reconocibles de sus propias películas previas) sin empantanarse ni resentir en absoluto un resultado final, generando algo nuevo de todo ese desandar caminos transitados y desafiando, de paso, la teoría inicial.
Kiarostami logra salir airoso de todas las trampas en las que podría haber caído con esta mixtura de elementos “artísticos” y de cualquier prejuicio relacionado con su paso al cine europeo. Basta mencionar como ejemplos de todo esto las conversaciones en el auto (su marca registrada) o en el bar, en donde a pesar del contexto cambiante Binoche es a la vez sorprendente, graciosa y verosímil, o el uso de espejos y su función dramática.
Todo encaja a la perfección, pero aún nos aguarda una sorpresa que no será aquí revelada, para terminar configurando un oxímoron perfecto, que amaga con ponerse profundo y se simplifica, o con volverse demasiado leve y se oscurece, con promover el romance y dejar latente el reflejo del desamor.
En ese vibrante juego especular solo nos queda especular con lo que pudo o podría suceder realmente.