El juego de los espejos rotos
Más allá de un comienzo con un tratamiento típico de Kiarostami, su nueva película ensaya una reformulación de temas, enfoques e inquietudes en la que tiene mucho que ver el formidable trabajo de Juliette Binoche y el cantante William Shimell.
En respuesta a los signos de repetición que podían advertirse en El viento nos llevará (1999), a fines del siglo pasado Abbas Kiarostami abandonó el cine, al menos en su versión “normal”. Durante la década siguiente incursionó en toda una serie de investigaciones y desvíos, que incluyeron desde exposiciones fotográficas hasta instalaciones de video, además de documentales y films-ensayo. Ahora, el realizador de El sabor de la cereza vuelve al cine narrativo con una película que lo muestra apretando el botón de reinicio en (casi) todos los equipos. Presentada en Cannes 2010, Copia certificada es la primera que filma para una compañía cinematográfica de las grandes (la francesa MK2), la primera rodada guión en mano (aunque no lo haya respetado todo el tiempo; ver entrevista), la primera con una actriz profesional (Juliette Binoche, impulsora del proyecto) y también la primera que podría considerarse “de género”.
Reinicio pero también reformulación de temas, enfoques e inquietudes que siempre estuvieron presentes en el cine de Kiarostami. En su muda elocuencia, en la atención que pone en la observación de lo real, en el aireado tempo narrativo que establece, el muy minimalista primer plano de Copia certificada revela, de entrada, que no estamos ante una película común. Con ruido de fondo (típico del realismo iraní, la importancia dada al sonido directo), se ve un escritorio sobre un estrado. Sobre el escritorio, un par de micrófonos y un libro que lleva, en italiano, el mismo título que la película. Todos los créditos desfilan sobre ese encuadre. Al cabo de ellos, un presentador (se trata de Angelo Barbagallo, uno de los productores del film) anuncia la pronta llegada del disertante. En otras palabras, ese plano no presenta otra cosa que un espacio de representación, en el que la propia película se incluye (el título del libro).
Tras esa suerte de prefacio, Copia certificada se organiza como pas de deux, con el autor del libro, un crítico de arte inglés llamado James Miller (el cantante lírico William Shimell, sin experiencia previa en cine) y una mujer a la que antes había podido verse entre el público, que resulta ser una galerista francesa (Juliette Binoche) como solistas, acompañados de partenaires circunstanciales. De modo típico en Kiarostami, la primera parte de Copia certificada narra un viaje en auto, con los paisajes de la Toscana “doblando” los típicos caminitos iraníes, cipreses en lugar de olivos y abundancia de referencias al tema que constituye la especialidad del autor: la tesis, sin duda transgresora, de que en arte no deberían establecerse diferencias de valor entre el original y la copia.
Una vez que la mujer y el escritor llegan, de modo que parecería casual, a un pueblito de Arezzo, al quiebre narrativo que lleva del movimiento a la quietud le corresponde no sólo una ruptura dramática (de la fuga al enfrentamiento), sino incluso representacional. A partir de una aparente confusión ya no se sabrá si el escritor y la galerista juegan a ser un matrimonio o si, por el contrario, se trata de un matrimonio que había jugado a no serlo. Como sugieren la figura del espejo (en un plano conviven dos reflejos simultáneos, en otros la cámara ocupa frente a los protagonistas el lugar de un espejo) y la posición de la cámara, a la que por momentos los actores hablan de frente –como quien juega a tirar abajo la “cuarta pared”– en Copia certificada es a través de la representación que se llega a la verdad.
El juego de espejos lo completan ciertas parejas con las que los protagonistas se cruzan, como proyecciones de sí mismos, en distintas etapas de su relación: unos recién casados, en traje de boda (o sea, disfrazados), una pareja sesentona (él es el guionista Jean-Claude Carrière, en un cameo), un matrimonio de ancianos. Paradójicamente, cuanto más se multiplican los efectos de representación más a fondo la película se mete en la intimidad de los personajes, hasta alcanzar niveles tan descarnados y viscerales como desde Bergman no se veía. Como en Bergman, si algo caracteriza al hombre es su egoísmo. A la mujer, el entregarse a la emoción sin la más mínima concesión, mientras cuida su maquillaje. También como en Bergman, la pareja de actores da todo de sí, en una gimnasia que habrá sido extenuante (Binoche ganó una Palma en Cannes, Shimell es una revelación absoluta).
Tratándose de un cineasta tan refractario a cualquier coqueteo cinéfilo, resulta impensado que Copia certificada promueva un posible diálogo no sólo con Escenas de la vida conyugal sino con Viaggio in Italia, de Rossellini, y hasta con el dueto Antes del amanecer/Antes del atardecer. Películas que funcionan, en relación con ésta, del mismo modo que las parejas con las que se cruzan los protagonistas: como espejos rotos, como proyecciones o reflejos. Una película que muestra el mundo, mientras se piensa a sí misma: Kiarostami puro. Y una nueva obra maestra, para un cineasta que parecería no poder producir otra cosa que eso.