En principio, me veo obligado a confesar que en mi caso, Abbas Kiarostami es una materia pendiente. Un poco por eso mismo fue que me despertó gran curiosidad enterarme de su presente estreno y sentí la necesidad de anotarme aunque mi ignorancia hacia la mayoría de su obra anterior pudiese influir negativamente sobre mi análisis.
El inicio de la película me pareció, en gran medida, aletargado. Hay que tener en cuenta que, si bien esto no es exactamente correcto, el nombre del artista hace que muchas veces la mayoría esperemos una genialidad, cuando en realidad, más allá de las gigantescas obras alcanzadas por el mismo, este no deja, a fin de cuentas, de ser una persona y de tener sus momentos de mayor y menor brillantez. Esto es algo que me pasó por ejemplo, en películas como Tetro, de Francis Ford Coppola (la que filmó acá). Me pareció una obra perezosa, sobrecargada, teatral, y me costó mucho ver a Coppola, o por lo menos al Coppola que conocía fílmicamente. Tiempo después me pareció, contrariamente, muy rescatable, al volverla a ver, que Coppola con todos sus años, películas y estilo a cuestas, tuviese la habilidad para evitar parecerse a si mismo, para probar cosas nuevas, para irse a otros lugares, más allá de que la película me siguiese pareciendo extremadamente burda. Hacen falta agallas para, con semejante nombre, moverse por caminos absolutamente nuevos. Y eso es muy apreciable.
En Copia Certificada, los primeros minutos, me comencé a dar cuenta de mi absurdo comportamiento. En medio de la verborragia inacabable que llevaban a cabo ambos protagonistas, yo me intentaba engañar a mi mismo tratando de convencerme de que el diálogo y la situación eran igualmente interesantes. ¡Oh! Claro. ¿Por qué se trata de Kiarostami, verdad, zapallo? Una batalla comenzaba a librarse dentro de mí: “¿Sos tan cobarde que no te atreves a decir que esta película te parece una m…?” “No, para, vamos a ver que pasa, no es posible. Es Kiarostami” “¿Por qué no es posible? ¡Acordate de la primera vez que viste Stalker!“.
En el medio, los personajes continuaban con un diálogo exageradamente filosófico, que parecía haber salido de algún post bloguero del filósofo macrista Alejandro Rozitchner: “los niños son perfectos, disfrutan cada momento mientras nosotros vivimos preocupados por lo que pasará”. Me comenzaba a salir humo por las orejas. No entendía porque internamente intentaba “salvar” la película, cuando a todas luces no me parecía interesante en lo absoluto, y me cansaba de leer los eternos subtítulos de aquel diálogo inacabable acerca de la vida y el arte; fluctuando caprichosamente entre el francés, el inglés y el italiano.
Hasta que todo se aclaró. Las voces callaron. Qué viejo pillo es Kiarostami, ¿eh? Alta jugarreta nos estaba metiendo ahí. Esa era justamente la estrategia. Mantener al espectador en vilo, exasperarlo, hacerlo esperar muchísimo más de lo que ofrecía la película para, súbitamente y, por sobre todo, sutilmente, hacer un giro absolutamente insólito, cambiando la situación de punta a punta, pero, sin embargo, y esto es justamente lo más brillante, sin alterar absolutamente nada de ella. Manteniéndola viva en su esencia. Con esto, la película, con gran elegancia, plantea una idea y varios interrogantes: ¿dónde está el original y dónde está la copia? ¿Puede la representación convertirse en realidad? ¿Cuál sería, precisamente, la Copia Certificada?
Me explico: resulta que un hombre da una conferencia, presentando un libro del que es autor, en Italia, llamado Copia Certificada. Estando en Italia se encuentra con una mujer que estaba en la conferencia, y que parecía muy ansiosa de conocerlo. A medida que sucede el encuentro, paseando por Italia en coche, la mujer se decepciona cada vez más de este hombre y de su forma de ser, y entre ambos se generan situaciones por demás incómodas.
Finalmente, en una trattoria, tomando un café, pasa algo muy curioso. Él sale a hablar por celular y ella se queda allí, triste por algo que le acaba de contar él, que extrañamente la involucra a ella. Mientras él habla por celular, ella conversa en italiano con la encargada del café, la cual cree que ambos personajes están casados. Al volver él, como sólo habla inglés, cualquier palabra que dice parece estar siguiendo el juego. Ella le explica lo sucedido y a partir de allí los roles se superponen entre sí.
Ahora bien, el juego que aquí propone Kiarostami es magistralmente simbólico y metafórico. En efecto: ¿son ellos la copia fiel de lo que nunca fueron? ¿hay un límite exacto y palpable entre la representación y la realidad? De a ratos la película me hacía recordar a Cortázar, a los interminables paseos entre Oliveira y La Maga, esas situaciones que Cortázar, a través de su personaje, resumió magistralmente en una línea de Rayuela: “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Los personajes de Copia Certificada representan, valga la redundancia, la copia fiel de ese Otro que encuentran repentinamente, quizás sin haberlo buscado, pero por el hecho de haberlo encontrado, deben jugar ese juego: el juego del encuentro, el juego de recordar lugares donde quizás nunca habían estado, el juego de inventar discusiones acerca de hechos que quizás nunca sucedieron. De alguna forma en este tramo la película también me remitía a Smoke, una película de Wayne Wang, escrita por Paul Auster. En un libro titulado “Smoke & Blue in the Face” donde comenta todo el proceso de escritura y filmación, y que incluye ambos guiones; Auster interrogaba con justeza sobre la idea que lo movía internamente al escribir Smoke: ¿qué es mentir? ¿Qué es decir la verdad? ¿Cuál es la verdadera ficción, o mejor dicho, la verdadera realidad que nada tiene que ver con la ficción? ¿Existe acaso? En dicha película, al final, no tenemos certeza respecto a si la historia que le cuenta Auggie al escritor es verdadera, pero sin embargo es una historia que sabemos que vale la pena escuchar.
Kiarostami de alguna manera propone interrogantes que siguen la línea de los anteriores, propone un juego de símbolos donde queda en evidencia que no hay forma de huir de la representación, de la copia, de la interpretación. Con una magistral, bella, perfecta Juliette Binoche y un correcto William Shimmel. Es interesante ver, además, a Jean Claude Carriere metiendo un bocadito.