El cuento del tío En principio, ni siquiera lograba encontrar las palabras mínimamente adecuadas para indicar por donde empezaría a enumerar las falencias de este enorme aparato nada extraño y ya ultra-conocido, como cualquier otro megatanque de Hollywood; una entidad que, dadas las circunstancias, parece ser que jamás se cansará de vender las mismas historias una y otra vez, hasta el punto de ni siquiera mosquearse por pulir sus viejas moralejas de pacotilla, o intentar compensar utilizando alguna que otra mínima sutileza que a veces lo ayuda. Esa falta de palabras podría explicarse, quizás, por la fiaca que producía enfrentarse a obviedades que, por tan redundantemente obvias, asquea bastante repetirlas. Básicamente, el metraje no ahorra munición y, con más descaro que nunca, amparado muy posiblemente en el carácter maravilloso (muy confundido con fantástico por ahí) del relato literario en el que se apoya dispara a mansalva una serie de eventos mágicos, donde los demonios se mezclan con los humanos, desobedecen leyes temporales, reviven, son salvados por milagros, y todo un gran etcétera pegado con cinta de embalar, donde en el medio debe haber, como siempre, una historia de amor que casi no consigue entrar del todo. En efecto, la historia se asfixia en sí misma, por ese mismo deseo de intentar abarcar el relato por completo, apurando demasiado el montaje; pero logrando que, casi paradójicamente, su propia duración termine pareciendo demasiado extensa. No ayuda tampoco la interpretación de su protagonista, Colin Farrell, cuya cara temblorosa de tristeza y shock simultáneos -sin contar su molesto peinado- se agotan al poco tiempo de comenzar la película, degradando su gran capacidad actoral demostrada varias veces. Por el mismo camino lo sigue Russell Crowe, más eufórico que nunca, como intentando robar cámara, regalando escenas excesivamente teatrales. La bella Jessica Findlay, desconocida por mí hasta el momento, resulta una sorpresa bastante agradable, aunque su permanente sonrisa a cámara, y sus constantes frases cursis en off, la terminan desgastando prematuramente. } Dicho problema se repite también en la fotografía, de una exagerada exquisitez, que no ahorra en lo absoluto en efectos visuales de todo tipo, casi todo el tiempo, empalagando rápidamente. Recuerdo haber bajado la cabeza en varias oportunidades, en busca de un poco de aliento visual. Finalmente encontramos, en una historia que se suponía que nos emocionaría hasta las lágrimas, una comedia por accidente, que despierta más de una risa sarcástica, irónica o ácida entre los espectadores.
Una mirada reaccionaria hacia el pasado Los tópicos, tal como están mencionados, constituyen elementos de excelsa riqueza para su tratamiento, tanto cinematográfico como en cualquier otro medio artístico, ya que configuran aquello que guarda intrínsecamente distintas imágenes valiosas para indagar respecto de la sociedad actual. Pero el problema básico es que en esta película, la mirada que se teje alrededor de ellos es sumamente pobre y superficial, exageradamente teñida con capas de humor facilista que intentan desesperadamente quitarle una seriedad propia a un tema semejante como el nacimiento casi en cautiverio, que ni siquiera como en este país se constituía dentro de un régimen dictatorial, sino que se hacía dentro del simple poder cristiano intocable, amparado a priori por un marco legal de hierro, añejo de la Inglaterra de mediados del siglo pasado. Con lo cual se termina configurando una suerte de, si se quiere, drama cómodo de ver, absolutamente precario, insustancial, que está lejos de desarrollar una mirada crítica o una reflexión profunda respecto a ese sistema cristiano ortodoxo, al que supuestamente denuncia. Sin embargo, había algo que ya se olía desde el principio de la película, y que hasta en algún punto un poco la excusaba de alguna manera: se notaba que ya de por sí el libro en el que estaba inspirado -juicio que emito aún bajo el peligro de no haberlo leído-, también era un pobre best-seller, realizado por un periodista aburrido como el que tanto se remarca en el film, donde también se esmeran en denotar su enorme desinterés por el tema y el hecho de haberlo aceptado únicamente a falta de otro trabajo mejor. Sinceramente dudo mucho que en el libro haya una crítica con mayor desarrollo en base a la historia de esta mujer, que apenas es un caso de cientos y cientos; representando mínimamente un símbolo de la enorme dictadura de castidad cristiana, que guardaba secretamente jugosos intereses económicos, amparándose en el obscenamente ridículo y deshumano castigo de los pecados de la carne. Pero por supuesto, dejando un momento al margen la enorme labor de Judi Dench en su constitución de Philomena, una mujer antes esclava de su propia ignorancia e ingenuidad que de la propia religión católica, que tantos males le causó; el problema es que la propia protagonista sirve de expiación inmediata de los crímenes de la Iglesia, dejando entonces una suerte de moraleja casi tan estupidizante como la protagonista en sí misma: es inútil buscar justicia, es inútil intentar que la Iglesia reconozca alguno de sus nefastos actos, es más fácil perdonar como nos enseñaron y listo. No obstante, es interesante el choque que hay entre el periodista (Steve Coogan) y Philomena, donde el primero hace realmente notoria la ingenuidad de la segunda. En efecto, la protagonista produce rechazo, su falta de enojo para con los responsables, su falta de reacción respecto al tema, el hecho de haber esperado tantos años para intentar dar con su hijo. Por otro lado, demás está decir que tampoco hay una búsqueda estética que apunte a un verdadero ejercicio de memoria. La fotografía y la música son acompañantes recíprocos excesivamente descriptivos, meros ilustradores de acciones. No hay casi búsqueda de los encuadres, más que en los contados flashbacks de Philomena en el convento. Es más, como ejemplo ¿por qué cuándo el periodista sale a correr al comienzo del film como se lo recomendó el médico, lo acompañan unos violines lacrimógenos que luego se repiten en los verdaderos momentos lacrimógenos, como corresponde? Si intentaron producir una suerte de efecto cómico, salió muy mal. De todas formas, como mencioné antes, por lo único que vale la pena ver la película es para asombrarse con la capacidad interpretativa de Judi Dench, quien deja de lado la agresividad seca de M en 007 -supongo que la extrañaremos- y adopta ese tono de niña-jubilada curiosa e inocente. Por eso nada más.
En un pueblito en medio de la nada, la polaridad entre cristianos y seguidores de Alá es muy fuerte y muy arraigada, llevando como moneda corriente conflictos, enfrentamientos físicos y verbales y venganzas de diversa índole. Frente a este escenario planteado, la película propone a la mujer como una vía de escape al conflicto, como el eje capaz de mover la cabeza del hombre en direcciones que esquiven el conflicto. La mujer como un nuevo tratado de paz...
O benditos sean los Dardenne Un niño agarra fuertemente el tubo del teléfono. No quiere soltarlo, a pesar de que así se lo demandan. Su expresión, de una expectación indescriptible, es frenética. Está esperando oír una voz. Una sola voz, la de su padre...
Un verdadero ser humano Me gustaría comenzar por un aspecto del final con la tranquilidad de no necesitar, sin embargo, mencionar ningún dato relevante en torno a lo argumental. Acompañando las últimas imágenes y los créditos finales, suena una canción, una tremenda canción, que me dejó estupefacto, sobre todo por el valor añadido que cobra al ser combinada con la secuencia de montaje final...
Sandler, ya desde los tiempos de su legendario personaje Happy Gilmore, fundó su propia productora llamada a su vez, valga la redundancia, “Happy Gilmore Productions” y que, una vez más, valga la susodicha, tenía por objeto continuar haciendo indefinidamente de adolescente a los cuarenta y reivindicar una y otra vez su eterna inmadurez, dentro y fuera de la ficción...
¿Realmente nos debería sorprender que un niño pequeño, curioso, inquieto, ingenioso y escurridizo como Martin Scorsese, nos cuente una historia sobre un niño pequeño, inquieto, curioso, escurridizo e ingenioso? ¿Debería sorprendernos que, a su vez, la historia relate de qué forma ese sencillo e imaginativo niño descubre el cine y todo su artilugio por primera vez en su vida? ¿Y que, por último, paralelamente, se nos acerque con majestuosidad a presenciar el nacimiento del séptimo arte?...
Es interesante ver como, a lo largo de los años, Diego Capusotto nos muestra, por lo menos juzgándolo a simple vista, una capacidad de renovación humorística sorprendente. Y sin embargo, una renovación que no por ello conlleva un quiebre abrupto dentro de su núcleo paródico, irónico, ácido, lisérgico, como se suele llamar...
Remitirse a Clooney únicamente respecto a su rol como director cinematográfico implica, inevitablemente, referirse también a su carrera actoral. Como actor, si bien por un lado reconocemos rápidamente su papel de galán seductor al mejor estilo Danny Ocean, el chanta encantador, al mismo tiempo no podemos negar que nunca se quedó quieto interpretativamente. Memorables son aquellos papeles como su Ulises de Dónde Estás Hermano?...
Hay directores que hacen películas para poder decir que son directores; y hay directores que son directores porque es la única forma posible que tienen de realizar una película, si el oficio para realizar una película se llamara carpintería serían carpinteros. Esto es muy simple, al menos a simple vista: en el primer caso, importa, básicamente, ponerse la gorrita que dice “director”. En el segundo caso, el fin último, el más importante, es la obra en sí misma: la película. El resto es solo un medio que no importa demasiado. Pero es fácil enamorarse y dejarse llevar por los rótulos, y, creo yo, más aún en el caso del cine, donde tanto brillo puede cegar la visión...