Corazón que no siente
Corazón de León (2013) es una comedia romántica bienintencionada que peca de hipocresía al enseñar por un lado a valorar a la gente diferente mientras que por el otro se ríe de sus diferencias. Antes que un ser humano, León Godoy es un gag visual de piernas que cuelgan del borde de la silla. Apenas logra asomarse al encuadre. Cuando la cámara se ríe de su propio protagonista, ¿cuán en serio se está tomando la moral de su historia?
La estresada abogada Ivana (Julieta Dìaz) recibe una llamada al final de un largo día. Es León (Guillermo Francella), que ha encontrado su celular en la calle. Enseguida la seduce con palabras obsequiosas y arreglan una cita para el día siguiente. Pero la fantasía romanticona de Ivana se viene abajo cuando resulta ser que León es un enano de 1,36 metros (“Parezco más, pero no”) – efecto aquí logrado por el uso de pantalla azul en los planos generales y ángulos de cámara muy, muy cerrados en todas las demás instancias. León, que se toma su condición con todo el buen humor del mundo, sabe de memoria cómo desactivar situaciones incómodas e Ivana pronto cae en los retóricos brazos del amor.
Lo que tenemos aquí es un refrito de ¿Sabes quién viene a cenar? (Guess Who’s Coming to Dinner, 1967), en el que un miembro de la burguesía hegemónica ha de lidiar con los prejuicios de su entorno (amigos, familia, trabajo) al introducir un extranjero en su vida, con la particularidad de que la que tiene más prejuicios de todos es Ivana, y la película trata sobre su lucha por superarlos. Sobre este aspecto la trama es particularmente cruel con Ivana, que recibe muchas reprimendas y sermones de varios personajes que la dejan llorando. León, por su parte, no tiene mucho para hacer en la película que lleva su nombre, salvo verse chistoso mientras espera pasivamente a la resolución del conflicto de Ivana.
Ivana y León comparten muchas charlas sobre la discriminación, excelentemente escritas y actuadas, pero la presión dramática es totalmente unilateral. León es simpático, gracioso, carismático, sabio, exitoso y muy, muy rico (trabaja de arquitecto y vive en la mansión del personaje de Juan Leyrado en Graduados). Como Sidney Poitier antes que él, su papel es ser perfecto en todo sentido, de manera que todos los demás han de reconocer que una diferencia racial (o, en este caso, de 40 centímetros) es insignificante. El problema sigue siendo el mismo: ¿realmente hace falta que un ser humano cumpla con nuestros estándares de perfección antes de aceptar aquello que nos diferencia? ¿Se enamoraría Ivana de este tipo si no la llevara a saltar en paracaídas y no tuviera una casa de verano en Río?
Las comedias románticas son tan populares porque nos enseñan que cualquier relación entre cualesquiera dos personas puede funcionar si se concilian las diferencias inherentes al individuo. Pero cuando uno de ellos es el vivo tótem de la perfección y es el otro quien tiene que remarla, no sólo resulta inverosímil, sino deshonesto. Lo único que salva a León de ser una representación detestable es la participación de Francella, que siempre trae algo de patetismo a sus personajes, aun cuando – como en este caso – el guión no lo justifica.