Algo del orden de lo molesto circulaba dentro de mí mientras iban transcurriendo los minutos de esta producción, que desea posicionarse en todo momento como una comedia atravesada por una situación de cotidiana dramaticidad como lo es la discriminación.
Para ser claros al respecto, y con esto no estoy contando la película ya que esto es visualizado desde los afiches, y también desde la promoción del filme, toda la historia se centra en la relación que se establece entre Ivana Cornejo (Julieta Diaz), abogada exitosa y bella divorciada sin hijos, con León Godoy (Guillermo Francella), arquitecto exitoso, rico, divorciado, padre de un joven, con un pequeño problema, mide 1,36 metros. El relato comienza cuando León, llama por teléfono a la casa de Ivana desde el celular de ella, habiendo sido testigo, a distancia, de una discusión acalorada protagonizada por ella tras la cual arroja el aparato y es recogido por el arquitecto.
Él la vio, la conoce. Con mucha seducción, seguro de sí mismo, galante, empático, con buen manejo del humor, combina encontrarse con ella para la devolución del artefacto de comunicación por excelencia de estos tiempos. La sorpresa de ella, sentada en la confitería esperando la llegada de su soñado caballero salvador, es cuando el hombre imaginado mide lo que mide. La primera intención es huir, que le devuelva lo que es suyo, celular, sueños, y huir.
Pero otra vez gana la postura superada de un hombre que se conoce, seguro que la falta de 45 centímetros no le resulta un impedimento en la vida. Planteado así, y envuelta en la maraña tejida, ella acepta ir hacia lo desconocido.
El filme en cuanto a estructura narrativa, montaje y efectos especiales cumple. El problema esta en el guión, en la instalación del conflicto, su desarrollo y posterior disolución, cuando se descentraliza del personaje de Julieta Diaz, lo generaliza en los demás personajes, agregándole los por qué y los cómo presenta al personaje de Francella.
El segundo punto es aquél donde debe hacer anclaje la idea de segregación, punto importante de la idea original, pero lo hace de forma burda, casi caricaturesca, lo que podría definir al texto en sí mismo como discriminador, no sólo desde el uso de las posiciones de cámaras (el lápiz del director de cine, como lo llama el guionista Jean Claude Carriere) que redunda y se regodea en la diferencia, sino asimismo en las acciones del personaje, tales como tener que saltar cada vez, una y otra vez, para sentarse en donde sea, sillas, sillones, mostrar como sus piernas quedan colgando en el aire, hasta la utilización de implementos para poder llegar a lugares que personas normales de 1,75 metros llegan sin esfuerzo.
Esto también podría verse, si no fuese que intenta ser una comedia, como un desliz desde el guión hacia lo verosímil. Digo, un hombre con tal poder adquisitivo habría construido su casa, o habría arreglado su vehiculo, esto es, extendido los pedales a su propia comodidad, pero no, esto es ver que sólo el pelo sobresale por la ventanilla del conductor, y también en relación a la mansión en que vive, es necesario para constituir un gag que no sólo no mueve a risa sino que manipula al espectador, llevarlo a reírse de la inoperancia del personaje puesta desde el contraste diferenciador.
En relación al conflicto, claramente se expone en la abogada que se encuentra sorprendentemente subyugada por un hombre al que a primera vista discriminaría, y luego haciendo a un lado al enano fascista que todos llevamos dentro, tal cual se lo refriega Corina (Jorgelina Aruzzi), su secretaria, decide llevar adelante la relación ante la mirada de desaprobación de todas sus relaciones sociales y familiares, incluida su madre en segundas nupcias con un sordo mudo, en otra escena de clara concepción prejuiciosa, aunque la intención evidente haya sido otra.
Esa lucha contra sus propios prejuicios y la marcación de los mismos desde su entorno es la que va llevando adelante la narración, pero el director tan proclive al sentimentalismo a ultranza, a la bajada de línea moralizante, a las lecciones de vida, que pierde de vista la intención primera de la comedia y termina por diseminar drama romántico sentimentaloide, invadiendo al personaje de Francella con un conflicto personal, que aparecía de principio tener superado y que para colmo no termina de resolver.
El filme acaba por constituirse en una casi telenovela por lo previsible, por lo tanto un poco tediosa. Si por instantes funciona se debe claramente a las actuaciones de Julieta Díaz y Guillermo Francella, hasta por momentos creemos que la química entre ellos se instala y marcha, muy bien secundados por Nicolas Francella (el hijo de Guillermo, toda una sorpresa) en el papel de Toto, el hijo de León, Mauricio Dayub como socio y ex marido de Ivana, y la nombrada Jorgelina Aruzzi.