Al fin, en su séptima película como director (y algunas más como guionista), Marcos Carnevale presenta algo más que una mera fórmula exitosa: Corazón de León tiene forma, tiene logros, tiene trabajo. Ya se difundió bastante: "Es la película de Francella bajito". Sí, Francella es León Godoy, un hombre de un metro y 36 centímetros de altura. Y protagoniza esta comedia romántica junto con Julieta Díaz. Corazón de León es una de esas películas para las que no está mal usar algún término gastado: es sencillamente eficaz, en parte, por tener en cuenta unas cuantas lecciones de la historia de la comedia romántica. Veamos.
En primer lugar, posee protagonistas pensados como seres humanos con características individuales, deseos y miedos. Y que están interpretados por un actor y una actriz con carisma y talento. Francella demuestra una vez más que su carrera en cine ha sido, con pocas excepciones, desperdiciada en películas horribles. Reinventado con El secreto de sus ojos (Campanella) y Los Marziano (Ana Katz), prueba otra vez su rica gestualidad y su capacidad de atenuarla para el cine. Francella no confunde cine con televisión: el cine que solía contenerlo antes de 2009, sí. Julieta Díaz pega un salto en belleza (parece una actriz italiana de los cincuenta), y en velocidad y en ferocidad para soltar diálogos. La interacción entre ambos es fluida, hay electricidad, hay química. En segundo lugar, hay mucho apoyo en buenos actores secundarios: Jorgelina Aruzzi explota como comediante y Nicolás Francella (hijo de Guillermo) cuenta con una muy visible ventaja genética para lograr una destacable verosimilitud. El parecido es más que físico: está contenido en el gesto, en la mirada, en lo irrenunciable. En tercer lugar, lo más importante: situaciones y diálogos diversos, elaborados, pensados, con una riqueza poco común para el cine argentino "grande", habitualmente subjecutado en estos aspectos.
¿Qué impide a Corazón de León ser mejor? Principalmente, la musicalización. La música de Emilio Kauderer suena demasiado a "profesionalismo de los ochenta" del cine local, demasiado blanda y limpita, demasiado presente, demasiado obvia, incluso adelanta imperdonablemente emociones, que se vuelven falsas por ese motivo. También la elección de canciones es poco afortunada. Un momento de emoción genuina, como el del contacto entre Julieta Díaz y Nora Cárpena (gran acierto de casting), prueba que sin música (o con menos) la película podría haber sido más eficaz. Luego están las rémoras televisivas: cuatro o cinco líneas de diálogo que los personajes dicen en soledad, innecesariamente, como para explicarle sus sensaciones a un espectador que se piensa como menos atento, menos concentrado que lo necesario.
Por su parte, los efectos visuales para "Francella petiso" tienen notorios altibajos (sin intención de chiste). Y si bien es interesante -en un cine que suele abusar del pobrismo- que el personaje de Francella sea felizmente adinerado, no había necesidad de hacerlo rico como en el imaginario de Telefé de los noventa. Y, por último, la bienvenida ausencia de costumbrismo se reemplaza por una asepsia que desdibuja la ciudad y los ambientes, protagonistas fundamentales de las mejores comedias, ésas a las que el cine argentino masivo debería apuntar con Corazón de León como punto de partida y no como techo.