Corazón de León, más bajo que el cine
Algunas películas parecen estar hechas por kamikazes y no por directores de cine. Es el caso de Corazón de León, en la que Marcos Carnevale (el mismo de Elsa y Fred y Viudas) comete aciertos que son arruinadas por groseras decisiones estéticas. A veces no es tan malo que un film contenga errores si estos forman parte del espíritu de la obra. Sin embargo, si Corazón de León no pertenece a este grupo de película es porque sus fallas son, ciertamente, fallas.
Todo arranca muy bien, con una conversación fluida, dinámica y enigmática entre León (Guillermo Francella) e Ivana (Julieta Díaz). León tiene el celular de ella luego de que lo haya encontrado en la calle y propone un encuentro para devolvérselo. Ella acepta, tanto para recuperar su teléfono como para conocer a este hombre que tiene una oratoria irresistible. Más adelante, ella quedará sorprendida porque él, con su arrolladora seguridad, mide únicamente 1,38 m.
No pasará mucho tiempo hasta que ambos se enamoren y luchen por su relación frente a la mirada de los otros. Es decir, Corazón de León por momentos transita el camino del melodrama. Por otros es también una leve comedia, con algunas líneas de diálogo y situaciones que involucran la característica del protagonista. Sin embargo, Corazón de León nunca termina siendo algo concreto porque presenta fallas en todos los géneros en los que se posiciona.
Cuando pretende acercarse a la comedia queda descubierto un humor poco inspirado, obvio (como cuando León queda colgado de una alacena); cuando desea acercarse al melodrama, el film es incoherente: no se entienden las actitudes de la madre y del ex esposo de Ivana, quienes luchan contra la felicidad de ella sin un motivo concreto. No es nuevo el conflicto entre el amor de dos personas y el resto del mundo. Buena parte de la filmografía de Douglas Sirk se trata de esto. Pero Sirk era más que un director de melodramas: en sus películas la construcción de la puesta en escena era su mirada del mundo. El realizador apuntaba a las clases sociales, a las relaciones entre padres e hijos, pero también a los defectos de sus protagonistas, personas inseguras y con claros matices.
En Corazón de León desfila mucha riqueza: hay autos BMW, hay cerveza extranjera, bares exclusivos, departamentos en Puerto Madero y mansiones con pileta y desayunos con café y jugo de naranja, pero no hay sustancia, no hay profundidad. Lo que se ve es lo que es. En algunas secuencias, el film parece decir que los petizos también pueden ser ricos, y eso no es ninguna novedad. Entonces, ¿por qué se resalta el buen pasar económico del personaje? Pero también hay otra falla en el guión: León es tan perfecto que su exceso de humanismo termina jugándole en contra. Esto afecta a Ivana, quien es la única que parece tener una lucha interna, estemos o no de acuerdo con ella. Si la sociedad se opone a la relación, ella carga con el peso de la mirada de los otros. En un momento de la película, Ivana está tratada con una peligrosa animosidad.
Aunque todo parezca estar centrado en León, es Julieta Díaz el centro de la historia. Hay algo italiano en ella: en su forma de hablar, su modo de caminar y los vestidos que usa. Su cuerpo ha aumentado, está más robusta pero al mismo tiempo transmite una madurez más interesante que en su juventud. Díaz puede ser una abogada pero al mismo tiempo una mujer común y corriente, y eso es mérito exclusivo de la actriz. A diferencia de Soledad Villamil en El secreto de sus ojos –que se notaba demasiado que interpretaba a una letrada-, Díaz es primero una mujer y después una abogada.
Sucede algo extraño en Corazón de León: cuando empezamos a disfrutar de una escena, Carnevale hace algo para que no nos guste nada. Muchas de estas secuencias son dañadas por una musicalización precaria, anticuada y que hace que el formato cinematográfico se reduzca al televisivo. En muchos momentos, la música de Emilio Kauderer remarca tanto lo que se pretende transmitir que la escena termina desperdiciada. En otros, Carnevale buscar hacer una película “bella” con planos demasiado construidos pero estéticamente vacíos (como la secuencia en la cual los protagonistas miran el atardecer desde un balcón) o incluyendo “You’re always on my mind”, de Elvis Presley, para decorar el primer encuentro sexual entre ellos. No molesta tanto la incompetencia como la certeza de que para mucha gente esto significa cine.
Vivimos en un mundo en el que la televisión está adquiriendo una dimensión importante. Hay muchas series que pretenden superar al cine mismo –si lo logran o no es otra discusión-. Si el cine no quiere ser superado debe hacer mejores intentos y no cometer errores como los que suceden en esta película. La culpa no es sólo de Corazón de León sino de todos los films que le faltan el
respeto al cine mismo. Pero, admitamos… hay que hacer un esfuerzo muy grande para que la voz de Elvis nos resulte descartable.