Corazón de León, la nueva película de Marcos Carnevale, repite la extraña fórmula de la primera Shrek: defiende, a pesar de sus buenas intenciones, una concepción de inclusión a expensas de un procedimiento por el cual también se enuncia lo opuesto. En el film del ogro verde se destituía una noción de belleza mientras que el representante de la realeza, curiosamente un enano, se lo ridiculizaba hasta el infinito. La operación de Corazón de León es de otra índole, y en sí responde a una decisión extradiegética: en vez de poner a un verdadero enano en el protagónico se miniaturiza al estimable y talentoso Guillermo Francella, quien representa a los petizos de turno. Como en Shrek, aquí también se trata de una historia de amor: un arquitecto rico de un metro y medio y una abogada divorciada que trabaja con su ex pasan por un conjunto de situaciones cómicas y dramáticas (un “bautismo” amoroso practicando paracaidismo, los gags propios del enamoramiento paulatino entre dos extraños, el primer coito, la aceptación de León por parte de la familia de la enamorada que incluye la aparición de un sordomudo, los rumores en el estudio jurídico y hasta la alegría de una mucama con varios kilos de más por el bienestar de su patrón) que va consolidando el amor que se tienen. La confirmación absoluta del romance coincide con un pico de inverosimilitud en el que León sobrevuela literalmente el inmenso Cristo de Río de Janeiro. Por otro lado, la esperable crueldad de algunos personajes frente a la nueva pareja no está exenta en el propio punto de vista del film, capaz de incluir una secuencia humorística en el que León queda colgando de una alacena mientras su hijo lo observa por unos minutos antes de acudir a su auxilio (el debut de Nicolás Francella como el hijo de León es uno de los escasos aciertos del film). La inestabilidad y arbitrariedad formal del film va desde una moderna división de pantalla para seguir la primera conversación telefónica entre la futura pareja en cuestión hasta un travelling digital hacia atrás en el que vemos a los enamorados disfrutar de un atardecer en el departamento de la heroína; las decisiones formales no responden nunca a un concepto general, aunque las subjetivas del vuelo en paracaídas son precisas. En el fondo, como sucedía en Elsa & Fred, el problema no pasa por retratar el amor en la tercera edad o el erotismo entre un liliputiense y una mujer bella, sino por la ostentación del dinero que se necesita para poder sortear los obstáculos de la vejez y en este caso del efectivo disponible con el que se cuenta para superar las inhibiciones de un hombre frente al resto de sus semejantes. Corazón de León, como Dos más dos (citada en el film de Carnevale), más que constituir una vía para el cine comercial argentino funciona como un síntoma extracinematográfico en el que asoma una delirante fantasía de clase, cuya dócil aceptación colectiva sólo es comprensible debido al vínculo de sus actores con el universo televisivo.