Preparen los pañuelos (y guárdenlos)
Bille August plantea un interesante dilema en torno a la eutanasia, aunque no consigue emocionar.
En el subgénero de reuniones familiares, la parentela -que, en general, no tiene un trato frecuente fuera de esa ocasión- se junta por alguna festividad, un velorio, la repartición de una herencia. En el caso de Corazón silencioso, la excusa es tan original como terrible: víctima de esclerosis lateral amiotrófica, una mujer decide suicidarse antes de que la enfermedad degenerativa avance demasiado y la obligue a vivir en condiciones inhumanas. Y convoca a sus dos hijas, sus respectivas parejas, un nieto, y su mejor amiga, a un último fin de semana en su casa en el campo. Una vez que todos se vayan, su marido la ayudará a terminar con su vida dignamente.
A partir de ahí, el veterano Bille August -director de Pelle, el conquistador y La casa de los espíritus, entre muchas otras- somete a sus personajes a una suerte de elaboración del duelo previo a la muerte del ser querido. Un experimento sociológico: a ver cómo lidia con esa eutanasia inminente cada uno de ellos, que ya cargan con sus propios problemas. Son los personajes típicos: está la hija problemática, la estructurada, el yerno desubicado… Todos involucrados en esa situación límite que lleva a que el espectador se pregunte, inevitablemente, cómo reaccionaría si estuviera en ese lugar.
Hasta ahí llega la identificación. A pesar de la manipulación, de que todo está teñido por la melancolía y el dolor de saber que esa casi perfecta madre ya no va a estar, y que esa cena cálida y esa caminata otoñal no se repetirán, la película no consigue su objetivo de emocionar. August prepara todo el terreno como para activar los lagrimales del público, pero no llega a estrujar los corazones como hubiera querido.