Antes de partir
El director Bille August, danés de nacimiento, florecía allá, a principios de los años ’90, como el heredero del genial Ingmar Bergman, sueco por donde se lo mire, lo que aparecería “a priori” como un pequeño desfasaje.
Ese rotulo ganado a partir de obras como “Pelle, el conquistador” (1987) y “Con las mejores intenciones” (1992), ambas ganadoras de sendos premios del festival de Cannes, la primera además ganadora del premio “Oscar” al filme de habla en idioma no ingles, la segunda sobre un texto autobiográfico de su admirado Ingmar Bergman.
Hasta ahí llego su escalada hacia la cumbre de los grandes directores, luego su carrera cinematográfica se vería en un recorrido que iba de la bondad al bochorno, pasando por la incertidumbre, claro. Ejemplos no faltan desde “La casa de los espíritus” (1992), un filme sin alma, hasta “Tren nocturno a Lisboa” (2013), un trabajo sin demasiadas luces por donde se lo tome.
Luego de ese gran fracaso, retorna ahora con una realización pequeño, de personajes, de cámara, casi teatral, pero la pericia del tratamiento en tanto elección de planos, desde generales a pequeños planos detalles, rostros, manos, dedos, pies, hasta los cortes, y recortes en proporción de montaje y personajes. Sin embargo algo de un pequeño malestar se produce luego de haberla visto. Deudora directa de la maravilla de Michael Haneke, “Amour” (2012), cerca de la idea de la dignidad, pero no tanto de la impronta y el discurso final.
Dicho de otro modo, y entrando en el texto propiamente considerado, todo transcurre en un fin de semana, en la casa de la familia. Esther, ama de casa, esposa devota, y Paul querido esposo, ahora piadoso, médico entre rural y de familia, ambos padres de Heidi y Sanne, dos hermanas con bastante diferencia de edad.
Ambas son convocadas a pasar el último fin de semana con Esther, enferma terminal, de deterioro insoslayable, progresivo (Esclerosis Lateral Amiotrofica), con ellas están sus respectivas parejas, y el hijo preadolescente de Heidi, se les suma a la “despedida” Lisbeth (Vigga Bro), la amiga de toda la vida de la anciana enferma. Esther ha tomado una decisión, mientras pueda hacerlo por sus propios medios dará fin a su vida antes que el mal que la aqueja la transforme en un vegetal.
Un filme de estructura sólida, una trama que circula por la narración, dejando espacio para momentos de beneplácito, nunca comedia, no hay sorpresas, ni estilísticas, ni en el desarrollo del drama, salvo los secretos y mentiras posibles de cualquier familia.
Tiene en su haber el que nunca debe recurrir al golpe bajo, ni efectista, en parte gracias al muy buen guión constituido por diálogos creíbles, y la recuperada pericia del director.
En honor a la verdad, lo que termina atrapando al espectador, y sosteniendo todo la narración, son las actuaciones, un conjunto más que solvente de actores, principalmente la madre y las hijas, sobresalientes actuaciones de Paprika Steen (Heidi) y Danica Curcic (Sanne).
El único punto en compromiso dentro del filme es; ¿Por qué la madre somete a sus seres queridos a esa disyuntiva? No hará nada si alguno de la familia está en desacuerdo, el título del filme en ingles “Silent heart”, tanto como en español, plantan un interrogante: ¿Cuál de todos los corazones es el silencioso? Todos tienen necesidades, algo que decir, reclamar, descubrir, aprender.
Situación que se resuelve a partir del título original, bastante más acorde a la película, “Stille Hjerte”, cuya traducción literal sería “Corazón tranquilo”, que hace esencialmente foco en la madre.