“Love Story” eutanásica y a la danesa.
El director de Pelle, el conquistador reúne a una familia alrededor de una matriarca al borde de la muerte, en un juego entre doloroso y mórbido al que salva una puesta en escena clásica, que evita la pesadez o el formalismo.
En la taxonomía oficial, el cine llamado “de calidad” –que apela, se supone, a las más nobles virtudes del espectador– y el “de explotación” –que apunta, por el contrario, a sus más bajos instintos– ocupan los extremos más opuestos de la escala zoocinematográfica. Sin embargo más de una vez se hallan más próximos de lo que suele creerse. Drama circunspecto y fúnebre, como la situación lo impone, el concepto básico de la danesa Corazón silencioso no difiere demasiado de films como 127 horas o Enterrado (ambas de 2010). O, incluso, yendo más atrás, D. O. A. (1950). En 127 horas se trataba de ver si el protagonista podía sobrevivir, en medio del desierto, a una situación aparentemente imposible de resolver. En Enterrado, si un hombre lograba escapar de su propio entierro en medio de otro desierto. En D. O. A., Edmond O Brien buscaba, en sus últimos días de vida, a quien lo había envenenado. El único asesino de Corazón silencioso es la biología, el azar, el caos universal o –tal vez puedan pensar algunos– cierto apuro excesivo de los dolientes. De lo que se trata es de las últimas 24 horas que una mujer mayor ha resuelto pasar en compañía de sus seres queridos, con la carga que eso tiene de duelo, densidad y morbidez. Y con cierta vuelta de tuerca que, por su recurrencia al factor sorpresa, aproxima más este severo melodrama nórdico a aquellas especulativas muestras de explotación cinematográfica.
Film de cámara, Corazón silencioso (título extraño, en tanto el problema no tiene que ver primordialmente con ese órgano) transcurre enteramente dentro de la casa de la matriarca Esther (la octogenaria Ghita Nörby, que había actuado en Con las mejores intenciones, sobre guión de Bergman, y más recientemente hizo la vidente de Jauja, de Lisandro Alonso) y su marido Poul (Morten Grunwald), y sus alrededores. Ambos han citado a sus hijas a pasar el sábado con ellos. Las hijas son Heidi (Paprika Steen, una de las actrices más identificables del Dogma), que viene con su marido Michael (Jens Albinus, “el” actor por excelencia de ese fenecido movimiento cinematográfico) y su hijo preadolescente. Por su parte, la menor, Sanne (Danica Curcic) lo hace con Dennis (Pilou Asbaek). De Heidi y Michael puede verse que constituyen un matrimonio más o menos convencional, mientras que Sanne y Dennis son su contracara problemática. Sanne se recupera de problemas con el alcohol y un intento de suicidio, para Dennis toda ocasión es buena para fumar un porro y esa costumbre dará lugar a la escena más distendida de la película.
El quid de la cuestión es que Esther sufre de esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa que le irá imposibilitando funciones esenciales. Papá, que es médico, ha acordado con ella una solución expeditiva, que tendrá lugar el domingo: esta reunión es de despedida. Estamos en terreno de la love story eutanásica, fundado por Michael Haneke en Amour. Jugando con la reconocida capacidad de los actores nórdicos a favor, lo que a falta de mayor profundización mejor celebra Corazón silencioso es esa ceremonia de despedida. Que no consiste en otra cosa que el reencuentro, la preparación de la cena (a cargo de Poul; Esther no está muy en condiciones de hacerlo), el sentarse alrededor de la mesa, un paseo al día siguiente junto al lado. Con Jens Albinus uno o dos pasos detrás del resto y Nörby y Steen (ganó la Concha de Plata en San Sebastián 2015) uno o dos por delante, todos los actores están tan “en personaje” que directamente anulan la distancia entre actor y máscara.
Eso facilita a su vez la pérdida de distancia por parte del espectador, que puede integrarse a este juego entre doloroso y mórbido, sobre todo a partir del momento en que empieza a dudarse si matamos o no a mamá. Sobre guión de un señor Christian Torpe, que viene de la televisión, el veterano Bille August (ganador de un Oscar en 1987 por Pelle el conquistador, director de Con las mejores intenciones y La casa de los espíritus) logra que su puesta en escena clásica no caiga en la pesadez o el formalismo académico.