El danés Billie August, director de la célebre Pelle el conquistador, no es ajeno a los dramas familiares, pero con Corazón silencioso parece haberse superado a sí mismo en términos de sorpresa y (aunque esto es más subjetivo) ridiculez. En la primera escena, Heidi (Paprika Steen, de Los idiotas, ganadora en el Festival de San Sebastián por esta actuación) visita a su madre en compañía de su marido y su hijo adolescente; allí se reunirá con su hermana menor, Saane (Danica Curcic), con antecedentes de suicidios frustrados, su novio Dennis y Lisbeth, la mejor amiga de la madre.
Hay un tono inequívocamente lúgubre en la reunión, reforzado por la fotografía preciosista de la casa de campo y sus alrededores, pero cuando aparece Esther, la madre (Ghita Norby), sonríe como esperando un regalo de Navidad. ¿Qué pasa? ¿Está senil y murió el padre, Poul (Morten Grunwald)? No: Poul enseguida aparece, ambos se ven bien, hasta que un diálogo casual revela al espectador que Esther padece una esclerosis degenerativa y planea despedirse de todos con una eutanasia en el bucólico entorno. Surgen escenas dramáticas de Saane, pastera adicta que se opone al largo adiós de su madre, mientras su novio, mucho más despreocupado, se entretiene armando porros y convida al resto para levantar el ánimo. Dennis es infantil, pero sus ocurrencias son bienvenidas (sobre todo por el espectador). En algún momento, Heidi descubre a papá y Lisbeth en una situación algo íntima y se brota. ¿Qué hay detrás de todo esto? August pudo aprovechar el elemento disruptivo para dinamitar la trama y despertar a la platea; en vez de eso, el director opta por un desenlace más conservador, más afín a una narrativa de film nórdico pre Wallander.