Brad Pitt sigue bajando alemanes
Brad Pitt le tomó gustito al uniforme. Anduvo metiendo bala en “Bastardos sin gloria”, a las órdenes de Tarantino y ahora vuelve a pelear contra los nazis. La Segunda Guerra Mundial no le da tregua. Aquí, piloteando un tanque Sherman, se mete en territorio alemán. Estamos en abril del 45, cuando a Hitler sólo le quedaba un tembloroso ejército de pibes.
Relato convencional, monocorde que apela con su tono de exaltado patrioterismo poco favor le hace al género. En la escena inicial, este bravo sargento Collier demuestra que la guerra no perdona a nadie. La escena es casi un alarde crueldad en un terreno donde todo es muerte y sufrimiento. Pero de allí para adelante, Pitt se encargará de ir mejorando su personaje, que terminará siendo un héroe.
Es –quiere ser- un film de iniciación, porque a la dotación del tanque se incorpora un soldadito nuevo. Es un mecanógrafo que jamás vio un arma, que pregunta dónde está el frente (“A tu alrededor, todo es frente”, le dice uno de sus camaradas) y que se niega a disparar contra el enemigo. Por supuesto, tras un par de lecciones y un par de combates, el novato se convertirá en otro soldado implacable, cosas de la guerra, por supuesto, subraya este film manipulador que transforma, lo que parecía una meditación descorazonadora sobre el sin sentido demencial de la lucha armada, en un homenaje a un Sherman indestructible y a cinco heroicos tripulantes norteamericanos que dejarán todo en el campo de batalla.
El film no ahorra señales de heroísmo y por supuesto esboza un dibujo muy elemental de los alemanes, que están allí para morir, salvo ese soldadito de la SS que le perdona la vida al muchachito norteamericano, como para subrayar que la juventud cree más en la esperanza. Balazos, frases de ocasión, alguna buena reconstrucción, clima arrebatado y pocas osas más acredita este film de largo aliento y poca inspiración que lleva la firma de David Ayer, un artesano que hasta ahora rindió más como libretista (“Día de entrenamiento”) que como director.
Todo transcurre dentro de “Furia –ese es el nombre del tanque- y la única vez que salen es para protagonizar una penosa escena en casa de dos alemanas, una secuencia tan forzada, tan impostada y tan efectista, que uno pide a los gritos que los muchachos vuelvan al tanque cuanto antes. Allí todo es sudor, gritos de furia, alemanes muertos, hasta llegar al gran-final-gran: el tanque se rompe y un batallón de alemanes le pisa los talones. ¿Qué hacer? ¿Abandonarlo y marcharse o quedarse para morirse con “Furia? Y por supuesto eligen lo segundo. Y resistirán hasta la última bala y el último tornillo.