Retroceder nunca, rendirse jamás.
Parte del folclore que impregna las bases del cine bélico ha demostrado ser fiel a dos constantes primordiales como son la lealtad patriótica que enorgullece al cúmulo de testosterona y la jerga militar que adorna la convivencia entre camaradas. Nutrirse de batallones corajudos para engañar la vulnerabilidad del frente es el factor propagandístico nato en este tipo de películas explotadas para oficiar de storyteller didáctico. Hablamos de exponentes con carga dramática artificial pero que se apoyan en el entretenimiento para apaciguar la desgracia humana, y eso es lo que busca machacar en todo momento la sólida Corazones de Hierro.
Alejado de las internas policiales que caracterizan su efecto de escasa hombría moral, el director David Ayer se anima a jugar en primera con una buddy war aparejada entre el dramón verídico (el infierno que desató el nazismo) y el espectáculo pirotécnico (batallas con iluminación galáctica incluida). Previamente se había cargado la poco satisfactoria El Sabotaje, casi un conglomerado de su ímpetu por ventilar sectores corruptos del oficio uniformado. Ahora, apostando por un producto intencionalmente profesional (esta es la más mainstream de todas sus películas), el realizador maniobra una de guerra hecha y derecha; terreno que ya había tanteado, aunque amparado bajo el cargo de escritor, en la llevadera U-571.
Remontándonos a las instancias culminantes de las invasiones nazis en 1945, el bloque norteamericano avanza sobre suelo alemán exterminando todo estertor enemigo, el cual resiste enviando mujeres y niños a combatir como último recurso. Con el equipo contrario en desventaja, se destaca un grupo de soldados a bordo de un tanque imbatible llamado Fury, liderado por el siempre efectivo Brad Pitt. Este quinteto de la muerte se completa con el colifa de Shia LaBeouf, el latino humilde de Michael Peña, el brutus de Jon Bernthal y el carilindo Logan Lerman, que viene a ser el novato con desanimo para curtirse. Mientras se ayuda al nuevo a integrarse para que en el proceso se haga bien macho, Corazones de Hierro visita jugadas tradicionales del género como el trato agridulce para con el civil, las ejecuciones en crudo y las relaciones fatídicas para emocionar a la platea (la secuencia de la casa bombardeada apelando al golpe bajo, por dar un ejemplo).
En todo momento Ayer contrarresta el abuso del consuelo católico (los soldados que repelan con simbolismos) intercalando combates vehiculizados para no agotar el ritmo agrio de la historia. Decimos que a toda acción poética le sigue una ráfaga de fuego porque con esta fórmula Ayer intenta llegar a buen puerto, mientras deja en claro que lo último que debemos perder es la fe entre compañeros. Esta táctica de resaltar pasajes bíblicos mientras se sueltan frases académicas frente a cámara (ese simulacro filosófico en el que se le dice al espectador que los ideales son pacíficos pero la historia es violenta) invita a reflexionar sobre la locura del genocidio, siendo el motor del relato que alienta un desarrollo dramático disfrazado de acción a quemarropa. La cuota armamentística es el maquillaje carismático del cual se jacta este género para fabricar héroes efímeros y recordarnos quiénes fueron los que salvaron las papas en todo el mundo. Eso ya lo sabíamos, Ayer, aunque agradecemos la intención.