Un retrato intimista que por momentos peca de volverse un poco pretencioso. El error hubiese sido recurrir al golpe bajo constante, pero en su cometido de condensar un drama melancólico entre padre e hija logra salir airoso.
Abarataron tanto los costos de producción que la saga ya no puede caer más bajo que esto. El diseño del Creeper es bochornoso y ni hablar de lo mal que la filmaron. Muy lejos de alcanzar el mínimo de calidad de las primeras entregas.
Humor negro elegante y refinado. Una trama que va mutando y que nunca detiene su cuota de intriga. El nivel de cinismo se vuelve excesivo pero se disfruta de principio a fin. La dupla de Ralph Fiennes y Anya Taylor-Joy se devora toda la película.
Ariel Winograd en piloto automático. Un encargo de la Paramount que recién sobre el tercer acto aborda la relación padre e hijo que es tan distintiva en la obra del realizador. Algunas escenas tienen el timing ideal y cumple sin demasiados atributos.
Desde el prólogo se instala un concepto interesante que tiene todo para elevar la calidad de la franquicia. El problema es que David Gordon Green pierde el control de sus decisiones junto con el equilibrio de sus personajes.
Los momentos donde más se nota la mano de Mariano Llinás ayudan a correrse del tono serio al que apunta Santiago Mitre. Ese balance hace que la narración avance con mayor dinamismo y no quiera volverse demasiado solemne.
Uno de esos eslabones que termina siendo abrumado por el revuelo mediático que genera la prensa. No es la pesadilla que muchos aseguran y la presencia de Harry Styles tampoco desafina. Las intenciones de Olivia Wilde se ponen más interesantes.
Una secuela que llega bastante tarde y con un nuevo giro sorpresa muy tirado de los pelos. Pero lo peor es la falta de esfuerzo por querer lograr un producto más o menos sólido. Antes las que iban directo a video tenían algo más de dignidad.
La película despliega diferentes giros y aunque su discurso se termina haciendo bastante evidente, también es consciente del humor que le impregna para alejarse de cualquier impronta pretenciosa. Divierte y asusta por igual.
La ambición de Jordan Peele hace que sus personajes decidan combatir al monstruo con cámaras analógicas y digitales. Encima nos pasea por cuanto género y referencia se le antoje. Dialoga con el cine y nada se siente forzado. Maravillosa.