El tanque de Brad
Depende con que cristal se mire o mejor dicho con qué parte de la mira se apunte para decir, sin eufemismos, que este nuevo pretexto para lucimiento de Brad Pitt no se consolida por estar sujeto a dos elementos muy dispares entre sí pero que coexisten a lo largo de todo el metraje: por un lado el punto de vista de un joven soldado de la Segunda Guerra embarcado en la locura de un pelotón comandado por Brad Pitt para frenar el avance nazi y por otro el protagonismo absoluto de un tanque, -metáfora cinematográfica si las hay- para reflejar el enfrentamiento entre una idea que apela al gigantismo contra otra que busca el minimalismo.
En Corazones de hierro, el drama bélico predomina frente a todo tipo de reflexión interesante sobre la guerra o el flagelo de los conflictos armados y las polémicas exacerbaciones del heroísmo y la valentía, con el agregado de los estereotipos que estigmatizaron al enemigo y lavaron los pecados del aparente héroe norteamericano frente a enfrentamientos desiguales. Tal vez esa idea de valentía más que otra cosa es la que motivó a Brad Pitt a subirse a este tanque en el doble sentido, dado que se trata de un producto mainstream con alguna pretensión artística, y como se dijo anteriormente con una preponderancia de ese gigante de metal con orugas a los costados que resiste todo tipo de ataque y explosión externa.
Ahora bien, cuando el punto de vista se concentra en un personaje secundario, quien pasa a un primer plano de inmediato al establecerse una relación mentor discípulo en medio del escenario de locura y muerte, el film pierde efectividad a la hora de definirse hacia el terreno de la acción bélica para explotar las cualidades del tanque propiamente dicho y de ese reducido espacio en el que sus cinco tripulantes sobreviven y resisten a los alemanes.
Corazones de hierro gana como película cuando se aleja de sus pretensiones dramáticas y se entrega a la tensión del relato bélico clásico. Sin embargo, son contadas las secuencias que merecen elogios ante el cúmulo innecesario de subrayados y escenas tan comunes como predecibles, en las que los nazis son los feos, sucios y malos y los yanquis los amigables y buenos, pretexto trillado y arcaico que recuerda a los viejos films de guerra y propaganda que hoy parecen dictar los códigos de un -en apariencia- nuevo cine bélico con los vicios de siempre.