Imágenes vacías
Más de una vez la película misma se encarga de recalcar que Cornelia frente al espejo está "basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo". Al parecer, le resulta muy importante que el espectador lo sepa. En los créditos de apertura dice, además, "Diálogos: Silvina Ocampo". Ahí parece estar la semilla de esto que veremos en pantalla: la voluntad de adaptar un cuento de Silvina Ocampo al cine y de hacerlo respetando al pie de la letra los diálogos que ella escribió para otro formato diferente. La rigurosidad de este punto de partida es notoria: no vamos a ver una obra de cine que haya nacido o que se muestre en la pantalla de forma natural. Hay algo contrahecho, incómodo en este artefacto que está a punto de comenzar. Algo que tiene que ser advertido al espectador antes de arrancar, con todo el pedigree literario que supone citar a una de las hermanas Ocampo.
Sabemos, entonces, que los personajes de esta película van a hablar raro. Todo transcurre dentro de una gran casa (con una breve excursión hasta el jardín, hacia el final), los personajes aparecen y desaparecen de la nada, sus voces se disuelven en el vacío, la lógica de las acciones y del intercambio verbal parecen caprichosos, el tiempo es más o menos indeterminado. Lo que vemos en Cornelia frente al espejo es esencialmente arbitrario, lo cual nos hace suponer que debe seguir una lógica simbólica. O tal vez no sigue ninguna lógica, aunque el peso de sus propia poeticidad sugiera en realidad que la lógica que impera es la poética.
Cornelia (una muy luminosa Eugenia Capizzano) al parecer regresó a la vieja casa de su infancia para suicidarse. En la casa se encuentra con diferentes figuras (fantasmas/recuerdos/fantasías/voces). Nada está definido y nada está claro.
La música de Jorge Arriagada es uno de los más grandes aciertos de la película (junto con la piel de Capizzano), pero le juega una mala pasada a Cornelia frente al espejo. Un cinéfilo podrá asociar el nombre de Arriagada con el del gran Raúl Ruiz, con quien colaboró durante largos años. Ruiz es una de las referencias desde las que podría pensarse esta película: un director latinoamericano que siempre trabajó la artificialidad en el cine y que muchas veces adaptó textos literarios para la gran pantalla. Pero Ruiz, gran innovador de la forma cinematográfica, no limitaba la artificialidad de sus trabajos a lo rebuscado de los diálogos y a unos personajes que entran y salen sin secuencias lógicas. Gran maestro barroco del cine, la comparación con Ruiz pone de manifiesto la verdadera debilidad de esta película: el problema no es que le exija demasiado al espectador, que sea demasiado "rara", que se acerque tanto al capricho que roce ya la vacuidad; el problema de Cornelia frente al espejo, en todo caso, es que no es lo suficientemente artificial.
No hay en realidad nada que no se termine de entender: cualquiera puede captar de una forma más o menos rápida que su juego es el de la indeterminación y las sorpresas se acaban bien pronto. No hay acumulación, no hay vértigo, no hay desorientación: todo es muy pausado, puntuado por frases poéticas e imágenes lindas. Cornelia frente al espejo sí es demasiado literaria, pero no es lo suficientemente cinematográfica. Preocupada por generar imágenes bellas, la película se olvida de que la cámara puede hacer mucho más, sobre todo en un artefacto tan claramente caprichoso como este.
Hay, si se quiere, una especie de ancla qualité que le impide a la película volar realmente alto. Donde no hay narración, donde no hay lógica, podría haber poesía, pero Cornelia frente al espejo no llega a eso porque la idea que tiene de la poesía la trae de la literatura y de la pintura, pero no del cine. Hay, sí, frases lindas bien dichas y rodeadas de colores cálidos y ventanas líricas, pero esa combinación no produce cine. Hay mucho de ejercicio de teatro y poco de ejercicio de cámara en este experimento que, a fuerza de sumar arbitrariedades, termina apenas como un ejercicio de estilo.