Corralón: efectiva trama de venganza
Corralón apuesta a contar una historia del conurbano con una estética alejada del realismo y del costumbrismo. Esta búsqueda se nota en la experimentación con la imagen y la música y en una historia con un protagonista que no es tan común como parece a primera vista, que resulta intrigante aunque no del todo satisfactoria.
La fotografía blanco y negro, el tipo de planos y la música -compuesta por Axel Krygier- son pistas de que la película irá por un camino poco convencional, pero las primeras escenas son las de una historia que se parece a muchas otras. Dos trabajadores de un corralón, interpretados por Luciano Cáceres y Pablo Pinto, hacen repartos por paisajes habituales del conurbano, hablan de sus frustraciones sexuales, se comen un choripán, se emborrachan en un bar en el que comparten chistes con otros parroquianos y terminan en un conflicto no demasiado grave con un cliente adinerado (Joaquín Berthold) y su esposa (Brenda Gandini). Todo cambia cuando el deseo de venganza del personaje de Cáceres se desarrolla de una forma peculiar, sádica y retorcida.
Cáceres interpreta a este hombre de apariencia tranquila y espíritu violento con solidez, y colabora en mantener la atención del público. Lo que conspira en contra de ésta es cierto regodeo en lo estético en detrimento del ritmo de la historia y el desarrollo de su intriga, además de algunos fallidos intentos de humor.