En blanco y negro, con una fotografía vistosa y cuidada, este thiller negrísimo está protagonizado por un empleado de un corralón, Luciano Cáceres, que va y viene con sus compañeros entre el trabajo, el bar y la calle. Uno de esos trabajos resulta en un encontronazo con los clientes: una pareja de clase alta que quiere reformar su caserón de revista. La tensión suelta prejuicios clasistas -negros de mierda- que provocarán una venganza violenta.
Pinto plantea una situación interesante, con personajes atractivos, pero la tensión se diluye con secuencias parsimoniosas, largas y poco interesantes, una música reiterativa y una exposición algo obvia de las diferencias sociales.