"Corralón": relato salvaje.
Producida por fuera del sistema tradicional, un ejemplo en los momentos que corren, “Corralón” (2017) de Eduardo Pinto (“Palermo Hollywood”) es una película que respira cine en cada una de sus escenas.
Enfocada en el día a día de dos empleados de un corralón de materiales, y en particular en Juan (Luciano Cáceres), un hombre que no encuentra sentido a su vida, el guion plantea de manera cruda y verosímil el enfrentamiento entre éste y un matrimonio de clase alta (Brenda Gandini, Joaquín Berthold) que lo desprecia desde el primer momento en el que hacen contacto.
Dividida en dos partes, una primera muestra, casi de manera costumbrista, el conurbano y sus rincones, aquellos que ni el cine, ni la TV, excepto casos aislados como los de Raúl Perrone o Leonardo Favio, muestra. La exploración de los lugares, con extensos travellings, ralentíes e imágenes aéreas capturadas por drones, brindan la holgura necesaria para luego, sistemáticamente, introducir el encierro en la escena y la violencia.
“Corralón” es un film violento por la descripción exhaustiva de sus personajes, de los entornos, de los sonidos que envuelven cada paso del guion, y que combinan, hábilmente, ladridos y “ruidos”. En esos sonidos hay mucha más descripción, dado que el film posee pocos diálogos, que posibilitan una inmersión en el universo de los protagonistas, en la separación social, en la distancia entre unos y otros.
Cuando el conflicto se presenta, y claramente no hay manera de retroceder, Pinto presenta la segunda instancia, una agobiante metáfora de la grieta, planteada de forma claustrofóbica, y allí es en donde “Corralón” logra mostrarse aún más efectiva que el inicio. Los actores ponen el cuerpo, Cáceres compone, una vez más, una interpretación impactante, que logra generar empatía desde su primera aparición y termina por consolidar su rol hacia el final.
Castigado en su honorabilidad, el personaje busca reivindicarse, y en el camino se permite, con el apoyo de su compañero (Pablo Pinto) el construir una venganza, por llamarla de alguna manera, plagada de sangre.
Además de Cáceres, Brenda Gandini y Joaquín Berthold, logran componer con solvencia sus personajes, al igual que Pinto (alejado de los roles estereotipados para los que siempre lo convocan) y Naiara Awada, objeto de seducción y cuasi carnada.
Eduardo Pinto narra con nostalgia, con imágenes dignas de Leonardo Favio, describiendo lo peor de los seres humanos en situaciones extremas, autoimpuestas, eso sí, pero límites al fin y al cabo. “Corralón” habla de un emergente, un relato salvaje de los tiempos que corren, en donde el contacto y los roces son violentos porque no hay ganas de dialogar y de empatizar con el otro.
El emergente presente, además, configura el escenario ideal para que los personajes confronten, reflexionen, amen y se odien.