Si la crítica de cine acerca el film al fenómeno literario para establecer valores y nexos que permitan que ambas expresiones artísticas dialoguen, nutriéndose mutuamente, tomaremos en cuenta que la dimensión temporal que manipula el dispositivo cinematográfico incorpora la función de la narración, posibilitando que ambas expresiones se retroalimenten. Al igual que la literatura recrea a través de la palabra los ambientes en dónde estos acontecimientos cobran vida, el cine los resignifica bajo un hilo temporal de acciones e imágenes en movimiento.
Desde el nacimiento del séptimo arte, antiguos realizadores utilizaban obras literarias para desarrollar sus propios argumentos, como una gran bolsa de historias de la que se influenciaban estética y narrativamente. Cruces entrañables, como el vínculo amistoso entre Julio Cortázar y Manuel Antin. Podemos afirmar que el cine hereda de la literatura la compleja tarea de describir el mundo. Una imaginería que a veces se encuentra fuera de todo parámetro limitado por coordenadas de tiempo y espacio. Cómo las que trajeron, vivo y palpitante, a este intercambio epistolar, hecho de mutua admiración y exquisito paladar cultural.
La pedagoga, periodista y profesora de expresión corporal, Cinthia Rajschimirm se coloca, nuevamente, tras de cámaras con la realización del documental “Cortázar y Antín: Cartas Iluminadas”, poniendo en perspectiva a dos de los intelectos más destacados en materia de cine y literatura nacional que el siglo XX haya podido atestiguar.
Realizar un documental acerca de una relación, afectiva y profesional, trazada a través de epístolas, podría resultar lejano en el tiempo, si nos anclamos en las coordenadas presentes, insertos en la era digital. Solo en apariencia. Habitante de un tiempo más romántico y menos automatizado, las cartas postales viajaban cruzando el océano Atlántico: desde Buenos Aires a París, y viceversa. Así se gestó este profundo vínculo, entre el cineasta que admiraba la obra del escritor y deseaba llevar sus textos a la pantalla.
Egresada de la Universidad del Cine y autora de “Luis F. Iglesias, el Camino de un Maestro” (2009), “Francisco ‘Paco’ Cabrera, el Canto de un Maestro” (2012), y “Huyendo del Tiempo Perdido” (2014), la cineasta construye en ejercicio audiovisual que vertebra el relato en primera persona del propio Antín con el testimonio de intérpretes que formaron parte de dichas adaptaciones. Allí aparece la idea original que funcionara como mecanismo de ignición: el libro “Cartas de Cine”, que incluyera las epístolas enviadas por Cortázar al cineasta. “Cartas Iluminadas” documenta la amistad forjada en la distancia física y la camaradería artística, fija fotogramas en nuestra memoria emotiva. El género de no ficción fue también uno abordado por el propio director, en formato televisivo: la serie “Los Argentinos”.
La figura de Manuel Antín resulta fundamental para comprender dos etapas claves en el desarrollo de nuestra industria cinematográfica. Fue el propio Antín, emblema del nuevo cine argentino, quien supo ser un joven creador fascinado con la obra de una pluma capaz reinventar los modos de narrar. En aquellos años ’60, un tiempo donde Cortázar publicaba obras como “Rayuela” (1963) y “62: Modelo para Armar” (1968), surgía el ‘Nuevo Cine Argentino’, como reflejo de una gloriosa época, enriquecida por la inquieta mirada de autores dueños de encomiable pericia técnica e inclinación vanguardista, nutridas de modo manifiesto por el cine intelectual que se consumía en aquella época y que era furor en clásicos recintos como el Cine Lorraine u otras extintas salas de culto. Ingmar Bergman, Akira Kurosawa y la Nouvelle Vague instalaron en Argentina una nueva forma de concebir, producir y consumir cine. Son estas coordenadas estéticas las que cultivaron la mirada del inquieto realizador.
Existe otra veta fundamental en la trascendencia de Antín dentro de nuestro medio: la gestión llevada a cabo en el INCAA, a su cargo durante la década del ’80 al regreso de la democracia, nos brinda una muestra clara de su contribución al séptimo arte: colaboró a posibilitar una serie de hitos que pronto colocarían a la industria cinematográfica argentina como una potencia latinoamericana de primer nivel y con prestigio mundial. Gracias a la repercusión de crítica y público alcanzada por la película “La Historia Oficial” (1985), su éxito trazó el sendero que se continuaría durante la siguiente década. Bajo estos parámetros, se prefiguró una desburocratización de los medios de producción, donde nuevos realizadores debutaban tras las cámaras, rodeándose de talentosos equipos con espíritu de trabajo colectivo. El mismo incentivo que vertebrara a la enjundiosa camada sesentista de la que el realizador formó parte.
En otro orden y prefigurando indisolubles lazos, el cuerpo de trabajo de Cortázar ha dialogado con la historia del cine de vanguardia. Pensemos en la fabulosa adaptación de “Las Babas del Diablo”, llevada a cabo por Michelangelo Antonioni, en “Blow-Up” (1966). Si en aquella película, se vinculaba a la imagen y la escritura a partir del simbolismo de ampliación de un registro fotográfico, procesando tal idea a través de un concepto y sus posibles significados, podemos cotejar, en el presente documental, la labor acometida por Antín, hace más de medio siglo ya, para la concreción de “La Cifra Impar” (1962), “Circe” (1964) e “Intimidad de los Parques” (1965).
Las tres ficciones transpuestas sobre la obra cortazariana se convierten en el enésimo nexo que cine y literatura trazan, como expresiones artísticas en eterna comunión y sintonía. Rescatando su valía en el tiempo, “Cartas Iluminadas” nos transmite la esencia de dos modernistas del lenguaje en fecunda sinergia transoceánica.