¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Si en su película anterior, Sonrisas y lágrimas, Soldini hacía de un tema social un problema de alcoba, en Cosa voglio di più, por el contrario, es capaz de insinuar en un asunto pasional algunos conflictos latentes de dinero, de cultura y de origen.
Gran esperanza blanca del cine italiano de alcance masivo, el milanés Silvio Soldini (n.1958) tuvo su primer gran éxito internacional con Pan y tulipanes (2000), con la que también desembarcó en Argentina, donde el año pasado se conoció en una retrospectiva la totalidad de su obra, signada por personajes de todos los días envueltos en problemas cotidianos. Cosa voglio di più –su film más reciente, lanzado en febrero pasado en la Berlinale– transita en esa misma línea, pero a diferencia de sus trabajos anteriores, que tendían a asegurar al espectador en un cómodo conformismo, aquí Soldini se arriesga a plantear un problema sencillo pero para el cual no da por sentada ninguna solución. Es más, se diría que si en su película anterior, Sonrisas y lágrimas, hacía de un tema social (el desempleo en las clases medias) casi un problema de alcoba, en Cosa voglio di più, por el contrario, es capaz de insinuar en un asunto pasional algunos conflictos latentes de dinero, de cultura y de origen.
¿Qué más puedo pedir? se pregunta desde el título mismo de la película la joven Anna (Alba Rohrwacher). Como empleada de un estudio contable, tiene un empleo modesto pero seguro y cuenta con la confianza de su jefe, que la valora y considera. Es querida tanto por su familia como por sus amigos y parece llevar una feliz relación de pareja con Alessio (Giuseppe Battiston), con quien comparte las rutinas de una apacible vida en común. Pero a poco de andar, el film empieza a exhibir cierta insatisfacción en Anna, a exponer su presunción de que afecto y ternura para ella –a diferencia de lo que le sucede a Alessio– no son lo mismo que amor. La irrupción de Domenico (Pierfrancesco Favino), capataz de una agencia de catering, casado y padre de dos hijos, provocará en Anna el despertar de una pasión que la sorprende a ella misma.
Oriundo de “Calabria saudita” como él mismo se burla, Domenico sin embargo ya no es uno de los tantos inmigrantes del sur perdidos en Milán, a la manera de otros tiempos (recordar aquí Rocco y sus hermanos parece una exageración). Está bien instalado en la ciudad, aunque el color de su piel es bastante más oscuro que el de la pálida rubia del norte que es Anna. Y tiene más problemas de dinero que ella. Quizá porque ella todavía no tiene hijos... En Cosa voglio di più se habla de hipotecas, de deudas, de préstamos y se aprende, por ejemplo, que en la Italia de Berlusconi darle una inyección a un hijo sale 67 euros. El dinero es una constante en el film y no deja de determinar conductas. “Mi patrón ya se casó tres veces”, se ríe Anna, en uno de sus encuentros secretos con Domenico. A lo que él le contesta: “Y claro, así es fácil, tiene plata”.
Si esos encuentros íntimos lucen en la película de Soldini algo irreales (la escenografía levemente kitsch del hotel alojamiento, el modesto exotismo de la fugaz escapada turística a Túnez) debe considerarse un mérito de la puesta en escena, que parece querer marcar la diferencia entre la asfixiante rutina de todos los días de ambos en sus respectivas casas –con las presiones familiares y sociales siempre encima– y el ambiente de fantasía dannunziana (degradada por la televisión) que parece ser el único en el cual Anna y Domenico pueden vivir su amor, dos horas a la semana.
No todos los personajes están desarrollados con la misma precisión y algunos, como el pueril Alessio, parecen determinados por el guión hasta acercarse peligrosamente al estereotipo. La película es también reiterativa y sus 126 minutos quizás excesivos para lo que tiene para contar. Pero las sólidas actuaciones de Rohrwacher y Favino y el excelente trabajo de cámara del argentino Ramiro Civita contribuyen para que Cosa voglio di più se convierta en el film más maduro y menos complaciente de Soldini.