Ópera prima chilena de Gabriela Sobarzo, estreno VOD en Google y iTunes.
Raúl (Marcial Tagle), Santiago (Boris Quercia) y Eduardo (Pablo Zúñiga) son amigos de toda la vida hasta que Santiago decide contarles que se autopercibe como gay. Raúl, cisgénero heterosexual, se niega a aceptarlo y tratará de convencer a su amigo de que sólo está “confundido” y que él puede ayudar a “mejorarlo”. Eduardo será el conciliador del grupo que intentará convencer a Raúl de que deje sus prejuicios y decida acompañar a Santiago en su nueva vida.
El film comienza con una pequeña secuencia de travellings que recorren fotografías dispuestas en portarretratos, finalizando con la de tres amigos, con camisetas de fútbol, abrazados. Acto seguido, estos mismos personajes de la foto están sentados en un sillón mirando un partido de fútbol en un living mientras que, en montaje paralelo, dos mujeres hablan sobre sexo en una de las habitaciones de la casa. En ambas escenas, el tono de los diálogos y personajes se plantea desde una mirada “cómica” y estereotipada por sobre las temáticas de género y sexualidad.
La continuidad del film es un poco de lo mismo, un juego de contrarios dentro de un marco binario, chistes fáciles que, más que risa, dejan marcas incómodas. Puede que Chile tenga su “no sé qué”, poco amable, en cuestiones de género pero, créanme, este film es inaceptable desde donde se lo mire, y no sólo desde la temática, o la preocupación que siento de que una mujer elija dirigir su primer film, su ópera prima, con este tipo de historias patriarcales, sino desde la realización cinematográfica misma.
Estructuralmente la película tampoco funciona, su narrativa es chata y descansa en los chistes homofóbicos lanzados uno tras otro disfrazados de conflicto central; sus puestas de cámara están dispuestas sólo en función de acompañar los diálogos; la dirección de actores y actrices es atonal y la “premisa” que se despliega en la resolución del problema de su protagonista puede que sea lo que más perturbe al público o no, quizás seas un macho cis hétero y te encante… no lo sé.
La cosa es que el protagonista tiene un trabajo, una mujer embarazada, amantes jóvenes, objetivos, una típica vida heteronormativa. A esta persona, su amigo de toda la vida le dice que es gay. De repente, siente pánico de que su espacio personal esté comprometido. Se siente incómodo, atravesado por la incertidumbre, confuso. Repasa una lista de lo que es ser homosexual y trata de “curarlo”.
Raúl puede que no sea una mala persona, quizás reacciona así porque ha visto, escuchado y leído que ser homosexual no es “normal”, entonces intenta “salvar” a su amigo Santiago porque eso es lo que le enseñaron. ¿Quién? La sociedad, los medios, las películas, etc. Ese es mi análisis personal de lo que yo asumo le debe haber pasado a Raúl, pero esa bajada no es la que condiciona la transformación del personaje, sino otra muy diferente que quizás perjudique la mirada sobre las nuevas masculinidades. Pues desde el guion se decide comparar a Raúl con un monstruo. Hasta ahí todo bien, pero enfatizan, empáticamente, que, en calidad de tal, es libre de culpa de todo lo ocurrido dado que las acciones de un pobre monstruo se manifiestan sin intención de daño, porque carece de consciencia. Entonces nuestro protagonista no se hace cargo de tratar de solucionar los perjuicios que le causó a sus amigos y mujer porque lo liberaron de esas responsabilidades. A raíz de esto surge la microagresión, una forma de agresión tan sutil que quien la lleva a cabo ni siquiera es consciente de que la ejerce, pero que sí será percibida como tal por quien la sufre. Lo que nos lleva a la escena final: (spoiler alert!) donde Raúl no deja que su hijo juegue con una muñeca por miedo a tener une hije gay.
Cosas de hombres reduce la variabilidad identitaria a los viejos roles binarios manufacturados por el discurso cisgénero heterosexual mientras hace comedia normalizando concepciones nocivas derivadas de narrativas tóxicas sobre las minorías y perpetuando estereotipos y modelos de comportamiento.