VACIO Y VIOLENCIA
David Cronemberg insiste con otra historia recargada y muy hablada que postula -lo ha dicho- “la visión del lenguaje como instrumento de poder”. El relato de Don DeLillo le da estructura y tono a este filme denso, desparejo, interesante, una desoladora metáfora sobre el capitalismo y sus víctimas, una suerte de viaje hacia el infierno más íntimo a bordo de una limusina que cruza Nueva York llevando a Eric (un inexpresivo Robert Pattinson), un joven arribista, millonario y desolado. Ese vehículo es su oficina y su casa Allí recibe al médico, a sus amantes, a sus asesores. Y por las ventanillas asoma la realidad: piquetes, sirenas, guardias. La idea es fascinante: un mundo fantasmal, virtual, globalizado y sin rostro viajando con vidrios polarizados por una ciudad que se deshace a los gritos. Solo hay palabras que transmiten descomposición y desasosiego. Es que “el futuro es impaciente y nos presiona”, dice Eric. Todos los que entran y salen de esa limusina están en los bordes del vacío más absoluto: “Fumo para añadirle algo de drama a mi vida”, dice esa señora olvidada y distante. Cada tanto la gente golpea contra los vidrios pero nadie escucha. En ese clima de ensueño, Cronenberg convoca otra vez a una violencia que circula por territorios simbólicos y que puede ser infierno y purificación.