Eric Packer es un multimillonario que una mañana decide ir a cortarse el pelo al otro extremo de la ciudad; él insiste en concretar su deseo a pesar de que le notifican que las calles se han convertido en un caos.
La sinopsis del párrafo anterior podría parecer poco atractiva pero resulta ser que detrás de esa simple descripción se esconde una gran historia; particular, excéntrica, pero indudablemente una buena trama. Ese viaje de Eric en su impecable limusina blanca a lo largo de un día se convertirá por momentos en un paseo de terror, lleno de desolación, angustia, insatisfacción, reflexión. El cambio de climas, ideas y personajes es sorprendente; sucede que el vehículo que transporta al empresario se transforma en una oficina rodante; allí recibe la visita de sus analistas económicos (porque Eric está en el mundo de la bolsa), de su amante (una refinada conocedora del arte), de un médico, de sus colaboradores, de la señora de las teorías y de un músico (que viene a contarle una triste noticia). Pero no hay que creer que Cosmopolis transcurre sólo dentro de una limo, no. Eric se baja de ella para ir a comer, para encontrarse con su flamante (y distante) esposa, para entrar en una librería, para acostarse en un hotel con una guardaespaldas, para olvidar las penas en una disco. Y es así como la película se fragmenta en dos: por un lado la vida aislada, claustrofóbica, abstracta, surrealista, dentro (y algo fuera) de la limousine y por otro la descarnada charla que mantiene el protagonista con un oscuro personaje en una sucia habitación.
El canadiense David Cronenberg (Crash, Una historia violenta, Promesas del Este) dirige Cosmopolis. El director se basó en la novela homónima deDon DeLillo.
Eric (interpretado por Robert Pattinson), con su gélido rostro, no sabe que hacer con su dinero, compra un avión que no puede volar, desea hacerse con una capilla que no se vende; está perdiendo millones por minuto por querer derribar al yuan, pero no parece importarle, más bien da la impresión de que lo vive como una liberación. Consciente de su posición se pregunta en referencia a un posible ataque al presidente de los Estados Unidos: “¿la gente sigue matando presidentes? Pensé que había objetivos más estimulantes” (es decir, figuras como él).
Alguien se preguntará entonces: ¿Cuál es el atractivo de Cosmopolis? En primer lugar, los diálogos (filosóficos, filosos, inconexos, abstractos, reiterativos, atravesados por locas preguntas cómo: ¿dónde estacionan las limusinas en la noche? ¿Qué quiere decir tener una próstata asimétrica? O por frases en extremo agudas como: “una rata se convirtió en la unidad monetaria” o "El espectro del capitalismo recorre el mundo"). En segundo lugar, los contextos: ratas gigantes, ratas muertas, protestas, revolución, anarquistas, amenazas de muerte, ataques de manifestantes, un cortejo fúnebre multitudinario y el poder y adrenalina que producen las armas. En tercer lugar, sus poderosos detalles; por los cuales Cosmopolis necesita de una doble mirada para poder captar todo lo que sucede en el fondo, en el mundo real, fuera de la limusina.
La película es una radiografía de la sociedad contemporánea, condensa su posmodernidad; y no por nada Cronenberg elige comenzar y cerrar su obra con dos exponentes del expresionismo abstracto como son Jackson Pollock y Mark Rothko.
La siguiente frase de Schopenhauer podría sintetizar la idea central de Cosmopolis: “la existencia humana se asemeja a una representación teatral que iniciaron actores vivos y concluyeron autómatas vestidos con los mismos trajes”.