Un mundo tan poco feliz como el film
David Cronenberg parece no encontrar el pulso de sus mejores películas de ciencia ficción, ni tampoco el de los films que abandonaron el género para cautivar al público más interesado en el cine de arte. De hecho, entre lo mejor de la última parte de su obra se pueden citar dos policiales: «Una historia violenta» y «Promesas del Este», que en realidad no tienen mucho que ver con el resto de su filmografía.
Esto no sucede con «Cosmópolis», un film fantástico ambientado en un futuro cercano que transcurre casi íntegramente en el interior de una gigantesca limusina donde el millonario protagonizado por Robert Pattinson tiene reuniones con sus distintos empleados. La película va pasando por esas distintas reuniones que dan lugar a escenas demasiado dialogadas pero no muy sustanciosas, mientras de vez en cuando pareciera que pasan cosas más interesantes en el televisor de la «limo» o simplemente mirando por la ventanilla.
Aparentemente en este mundo futuro hay poca gente feliz, sana o que tenga un pasar digno, y mientras la limusina avanza lentamente por la ciudad en busca de la peluquería favorita del millonario, que queda en un lejano barrio bajo, manifestantes interrumpen su paso, e incluso lo agreden mostrando y arrojando ratas muertas como parte de su violento piquete.
Pero este tipo de detalles, que podrían formar parte de una historia realmente interesante, también terminan siendo partes aisladas de un asunto absurdo y no muy bien construido narrativamente, que recién al final, cuando aparece Paul Giamatti, parece encontrar su veta realmente cronenberguiana, aunque justo ahí termina el film dejándole al espectador una sensación de vacío nada satisfactoria.
Robert Pattinson, el vampiro de «Crepúsculo», hace aquí su primera actuación seria con una inexpresividad que quizá vaya con el personaje pero que no ayuda a que se pueda tomar muy en serio al intérprete.