Todo lo sólido se desvanece en el aire
Película visionaria, en la que el propio personaje se presenta como un espectro, emergiendo desde las cloacas de un sistema que se derrumba. El protagonista, dueño de una despreciable autosuficiencia, se va desdibujando, como la misma condición humana.
En la última edición del Festival de Cannes donde el film de Michael Haneke, Amour, interpretados por Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, mereció la Palma de Oro, a partir de un unánime juicio del Jurado, corroborado simultáneamente por los críticos y el gran público (en Buenos Aires, tendrá su lugar su preestreno en pocos días más), el último film de David Cronenberg, realizador abierto siempre a toda una polémica, enfrentó de manera tajante a diferentes sectores. Y es que Cosmopolis, estrenado esta semana en nuestra cartelera, opera de igual manera en cuanta sala se proyecte; desorientando a gran parte del público, pese a que gran parte del mismo, ingrese a ver el film (particularmente los jóvenes) guiados por la palidez trasnochada de su principal actor, Robert Pattinson, quien desde un rutilante y estereotipado afiche vecino continúa convocando a los fans de la vampírica saga de Amanecer, junto a Kristen Stewart.
Pero ahora, el actor, desde la visceral maestría de su realizador, ofrece otra visión del concepto de vampirización; sí, así, se me presenta su lectura y la particular elección de este actor, tomando como punto de partida la breve novela de DonDeLillo. Desde mi perspectiva el personaje que compone Robert Pattinson, Eric Packer, caracterizado por su fría y natural indiferencia, asiste burlonamente desde su condición de magnate en el mundo de las altas finanzas al derrumbe de ese sistema que él mismo ha ayudado a cimentar, construido en los despojados e indignantes escenarios del hambre, del dolor, de la desesperación.
De todos los films de Cronenberg, cuya actividad data de los 70, Cosmopolis es la obra en la que la palabra construye todo un universo retórico que permite poner en acto, en pie de expresiones dialécticas, de enfrentamientos, una serie de cuestionamientos que partiendo de las conductas personales alcanzan problemáticas universales; en un momento, tal como lo estamos leyendo a diario, en el que las variables de ajuste no contemplan las más grandes urgencias.
Podemos trazar cierta línea, desde esa concepción alegórica, entre Crash y este film que hoy comentamos. Y desde el ejercicio de la palabra, con su anterior film, Un método peligroso, pero aquí la mirada de su escritura asoma en cada plano cerrado, en esos encuadres en los que se tensiona la direccionalidad oblicua que define a un hombre y su arma; a esa manera de plantear desde el desborde el acto sexual, exento de todo gesto de ternura, sujeto a sólo una pulsión invadente, recortado en un repetido diagnóstico anatómico, en este caso, de poseer "una próstata asimétrica". Este sujeto que vaga por esos insomnes espacios que semejan universos de ciencia ficción (por un instante pensé en el film Ceguera) que se mueve en la noche neoyorquina escondiéndose de su paranoia, en el interior de su limusine.
Film abierto a interrogantes, y más aún sobre ese plano final, el nombre ya nos remite a una denominación de ciudad futura; tal vez, como una manera de leer críticamente , casi desde una óptica nihilista, nuestro propio presente. Quizás, pueda Cronenberg ofrecer su acercamiento moral a este estado de corrupción en el que sólo merece este sistema, que ha generado tanta exclusión y miseria, es que le sean arrojadas ratas rabiosas. No hay mirada compasiva: frente a un mundo que se derrumba ,respecto del personaje, uno de los galanes de hoy, al que su realizador ubica violentamente en otro ángulo, sin anestesia ( como lo logró el siempre transgresor Stanley Kubrick con Tom Cruise y Nicole Kidman en su excepcional y póstumo film, Ojos bien cerrados), hasta enfrentarlo a un acto de violento desenmascaramiento. Desde aquí, desde este lugar de virtual llegada, podemos reconstruir ese periplo del personaje, que en su transitar por Manhattan, a bordo de su sofisticado vehículo, en el que el bar y el dormitorio, los medios informáticos y las cuentas bancarias lo llevan a pensarse como el gran creador, el más poderoso; como un emulo mismo de ese otro dios que su propio sistema inventó como instrumento de dominación.
Film visionario, en el que el propio personaje se presenta como un espectro que se proyecta desde la serie misma de Amanecer, emergiendo desde las cloacas de un sistema que se derrumba, el personaje que compone Robert Pattinson, dueño de una despreciable autosuficiencia, manipulador de cuerpos ajenos, se va desdibujando, como la misma condición de lo humano, tal como lo señalan los títulos del film, que se muestran sobre las pinturas del pintor Jackson Pollock, cuya poética se identifica con el Expresionismo Abstracto.
Edificios abandonados, escenarios que nos llevan a espacios de la marginalidad y tan poblada violencia, como en tantos otros de sus films. En Cosmopolis, el espectador que haya seguido la obra del propio realizador podrá encontrar hasta lugares afines y parlamentos familiares. Y los mismos lugares son duplicaciones seriales de pantallas dentro de pantallas. Las proyecciones que ahora vemos sobre el fondo de la limusine, mientras el personaje está transitando por las calles de manera sonámbula, robótica, adquieren una configuración pesadillesca, alentadas por la vocación surrealista de su director.
Y hacia dónde se dirige este joven de palidez funeraria, Eric Packer, tras proezas sexuales, alcohol y negociados en este símil de nave terrestre?espacial sorteando actos de protesta por la zona de la Gran Manzana. Desde una extrema teatralidad, y una distante retórica, que reafirma una gran puesta en escena, dominada aquí por una gélida asepsia, ese itinerario nos lleva, desde su agenda a su peluquería favorita para arreglarse el cabello...mientras ese mundo se va derrumbando, tal como ya lo fue plasmando en sus proféticos versos nuestro amado Federico Garcia Lorca en Poeta en Nueva York.
En declaraciones en Cannes, Cronenberg comentaba que ya desde las primeras líneas del guión pensaba en el íncipit del Manifiesto del Manifiesto de Marx: "Un fantasma recorre el mundo...". Y este fue el gran disparador de esta travesía?metáfora, de su personaje que se mueve por ese microcosmos en el cual el dinero es el único móvil, los grandes intereses y especulaciones, lo que dinamita toda concepción de lo humanístico. Y es entonces lo que el libro de DeLillo escenifica desde la escritura, lo que Marx ya había señado como voz profética y visionaria y lo que yo trato de ahora de presentar, a través de este personaje-símbolo, lo que ambos textos me promueven".
Filmada entre Canadá y Estados Unidos, con presencia de actores de diferentes países, admirables las máscaras de Mathieu Almaric y Paul Giamatti, este, en la secuencia final con un suspendido fundido a negro y Juliette Binoche, como una más de una lista, Cosmopolis deja a gran parte del público sin resolución ni fórmula reconciliadora. Por el contrario, perturba, incomoda; ensordece, desde el vacuo discurso; nos tensiona desde lo inmóvil en ese mirarnos en un espejo que nos devuelve la imagen del mismo vacío, que nos sumerge en la misma nada.