El capitalismo a través de un cristal
La película guionada y dirigida por Cronenberg muestra el derrumbe del sistema económico en los Estados Unidos a través de la mirada de un financista rico. Robert Pattinson logra un gran trabajo en el rol protagónico.
Eric Parker tiene 28 años, es obscenamente rico y necesita un corte de pelo. Antes de partir hacia la peluquería que está del otro lado de la Manhattan, escucha de su guardaespaldas que el viaje va a ser largo y difícil porque hay muchas vallas y calles cortadas porque el presidente está en la ciudad. "Sólo por curiosidad ¿de qué presidente me hablás?", pregunta Parker, "El de los Estados Unidos", responde divertido el custodio ante la incredulidad del joven financista millonario, que con su interrogante da a entender que le resulta incomprensible que el mundo persista en mantener esa figura definitivamente obsoleta.
Cosmopolis es la adaptación de la novela homónima de Don DeLillo que David Cronenberg dirigió y también guionó para hablar del capitalismo desde uno de sus artífices, un genio de las finanzas, vacío, desconectado con el mundo –o mejor, conectado a las cifras del mundo, el mundo en cifras a través de una pantalla–, que decide hundir su fortuna, hundirse, apostando contra la subida de la moneda china, el yuan.
La limusina parte y con ella va Eric Parker (Robert Pattinson, hierático, inasible, perfecto en su rol), rodeado de cuero, pantallas, lujo reluciente pero instantáneamente decadente. Parker va en busca de un poco de verdad a una peluquería de barrio, pero en el camino recibe a asesores, a un médico que le revisa la próstata, tiene sexo, baja del suntuoso auto, habla con su esposa, persigue a su esposa, sigue su ruta, se ve rodeado por una manifestación de anarquistas que protestan por el estado de las cosas. Un derrumbe que Parker, con sus números, su frialdad, ayudó a desencadenar, pero Parker, responsable de la desesperación de millones, necesita un corte de pelo y encontrar algo real.
Cronenberg hace una puesta alucinada y asfixiante para el viaje del protagonista, un mundo visto casi siempre desde los cristales de una limusina, un sistema que se derrumba pero que no, si no es Parker será otro el que tome su lugar. A su manera, también él es un dinosaurio, un hombre joven que un día araña la reflexión –"Siempre fui el más joven de todos los que estaban a mi alrededor y eso comenzó a cambiar"– y eso lo convierte en un objeto descartable. Y él lo sabe.
La epifanía de Parker, nunca explícita, pero consecuente con sus actos, con su inmolación, se define en los mercados asiáticos y tiene su broche final en una habitación hedionda, cara a cara con su némesis, Benno Levin (Paul Giamatti), un hombrecito insignificante, un desecho del sistema que frente a Parker ensayará un acto trascendente aunque falso. Parker, con su corte de pelo a medias lo sabe y no puede ocultar su decepción.