La nueva Babilonia
Se sabe, Cronenberg es un director que toma riesgos. Se atrevió al hermetismo psicodélico de “El almuerzo desnudo”de Burroughs o a J.G. Ballard y su “Crash”. Su último escritor es Don DeLillo y su visionaria novela “Cosmópolis”, de 2003. Los logros, esta vez, quedaron a mitad de camino. Eric Parker, joven y cínico magnate, arranca su día con un único objetivo visible: viajar en su limusina al otro lado de Manhattan para hacerse un corte de pelo. El vehículo viaja como si fuera en cámara lenta por Nueva York, ya que el presidente de Estados Unidos está de visita en la ciudad y el tráfico está congestionado. La cámara se instala dentro de la limusina ultratecnificada y otra película ocurre afuera, tras los vidrios insonorizados y polarizados: Nueva York es como una Babilonia del capitalismo apocalíptico, las calles son un caos, la crisis está a punto de hacer estallar a la mismísima ciudad cuyos pobladores parecen un ejército de zombies. Eric viaja en su limusina-burbuja, casi una nave espacial, la simbología del útero. La atmósfera lograda es espectacular, tanto adentro como afuera del vehículo. A Eric no lo conmueve el caótico exterior que él mismo contribuyó a construir. A su auto van subiendo todo tipo de personajes que dividen el filme como en sketchs. Excelente también la construcción del personaje, a partir de la buena elección de Pattinson, quien de vampiro romántico pasó a ser un vampiro frío y peligroso. Lástima que todos estos fragmentos no alcanzan para construir un relato fílmico acorde a las expectativas; que todo lo que tiene de enfermizo y asfixiante el aire que inspira y expira Eric, que todo lo hermético que encierran los diálogos y que todo lo que se visualiza como una gran metáfora de los estragos hechos por el capitalismo en las últimas décadas, no alcanzan para conformar una gran película.