"Custodia compartida" arranca en una sala de los tribunales de una ciudad francesa donde un ex matrimonio dirime junto a un par de abogados y frente a una jueza sobre la custodia de sus dos hijos, un chico de 11 años y una joven de 18. La película termina cuando una vecina del departamento de uno de los implicados en esta historia cierra la puerta, la pantalla queda negra y los espectadores lanzan una línea completa de suspiros. Entre estos dos puntos la historia que se cuenta es una derivación de lo que resuelve la jueza, que no siempre acierta sobre lo que es real o irreal. Los niños no querían ver a su padre y la justicia tiene que resolver si eso es producto de una manipulación de la madre o porque, efectivamente, el padre es un violento incurable. La película rápidamente devela cómo es la situación, y quizá esto sea lo único criticable del filme. El resto es impecable, desde las actuaciones (sobre todo Antoine Bresson, como el padre de los niños), la ausencia de banda sonora y la desnudez de las imágenes. "Custodia compartida" carece de golpe bajo, pero lo mismo, con el correr de los minutos, lleva al espectador por un camino de angustia y terror hasta el final. El filme habla sin hablar sobre si los abusadores resultasen tan evidentes a los ojos del mundo, no existirían las dudas.
Es siempre complicado evaluar una obra religiosa. Sin desearlo empezamos a lidiar con la fe de las personas y hasta con el fanatismo de algunos. Es cierto también que el cine religioso, generalmente, es pura propaganda e inverosímil. Apunta más a los fieles de tal o cual religión que a los amantes del cine. Algo de esto pasa con "Nada que perder", la película brasileña que cuenta la historia del obispo Edir Macedo. El director Alexandre Avancini no hace otra cosa más que resaltar el carácter solidario y moralmente perfecto de su protagonista. Es cierto, como uno de los líderes religiosos de Brasil , al frente de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Macedo en su apogeo llenaba de bote a bote el mismísimo Maracaná. Claro que luego encabezó la polémica compra de la TV Record, en los años de corrupción de Collor, y sucedió su comentada prisión de 1992 en San Pablo. Pero la película de Avancini muestra a un ser cuasi perfecto, como si estuviéramos en medio de una campaña política en busca de atraer votos. "Nada que perder" se trata también de una superproducción, que contó con 16 semanas de grabaciones por todo Brasil, antes de proseguir por Jerusalén, Israel y Johannesburgo, en Sudáfrica. Mucho dinero se invirtió en esta película donde el actor Petronio Gontijo hace un rol increíble desde el primer al último minuto de la película.
El patio trasero de Disneyworld es un desolador paraje donde sobresale la marginalidad, una dura realidad social que contrasta con la felicidad banal y leve del mundo mágico de Mickey. Así al menos lo refleja "Proyecto Florida", donde el director Sean Baker ("Tangerine") intenta poner todo el tiempo su cámara y su mirada a la altura de la incontrolable Moonee y sus amiguitos del motel de mala muerte, una especie de colorido Fonavi estadounidense. La pequeña Moonee (una increíble Brooklynn Prince) es la gran estrella del filme, una niña de 6 años tan traviesa como inteligente, apenas consciente de la realidad que la rodea. En esta dura aventura que es nada más y nada menos que cómo sobrevivir día a día, Moonee está acompañada por su madre veinteañera (Bria Vinaite), una compañera fiel pero madre desastrosa, que de la mano de la pequeña comparten un permanente escape hacia adelante, es decir, hacia ningún lado preciso. Bria -como la totalidad del elenco, salvo Willem Dafoe- hace su debut frente a las cámaras. Dafoe también está estupendo, esta vez en un rol bien terrenal, el administrador del motel, una especie de ángel guardián de los desamparados y revoltosos niños de la comunidad. Una película de excepción, donde Baker a toda esta miseria y de vida al borde la pinta de colores pastel que amortiguan el puñetazo en el estómago y transmiten así la alegría inconsciente de los niños del descascarado Magic Castle.
Sofía y Andrea forman un matrimonio en crisis que en su primera y última sesión de terapia de pareja, la psicoanalista les sugiere que siempre se pongan en el lugar del otro, que miren la problemática desde ahí. Ella es una periodista que está haciendo sus primeras armas en la TV; él es un neurocirujano que tiene un proyecto científico sobre el cerebro humano entre manos y cree que eso lo va a salvar. Están decididos a divorciarse, pero una noche él le pide a ella que lo ayude en una prueba de su experimento y va a pasar, literalmente, lo que la terapista les pidió que hicieran: experimentar qué se siente al ocupar los zapatos del otro. La escena es un click que transforma abruptamente el incipiente drama matrimonial en una graciosa comedia italiana. Lamentablemente, el chiste de suplantar al otro se vuelve demasiado largo y así pierde interés, y la película se agota rápidamente. Los enredos que al comienzo provocaban la carcajada con el paso de los minutos se vuelven anodinos y sin gracia, con el agravante de las actuaciones mediocres. Encima, la película incluye moraleja. Filmes como "Ella en mi cuerpo y él en el mío" o "Este cuerpo no es mío" ya agotaron este tipo de camino hace más de una década.
Una familia de temer En su afán de crítica y burla cínica a la alta burguesía y, porque no, de su visión repulsiva del género humano en general, el griego Lanthimos redondea en “El sacrificio…” un drama de horror difícil de tragar, y si su meta era hacernos enfrentar a nuestros propios demonios el final de la película encontrará a la mayoría de los espectadores al borde del hastío o del ataque de risa. El filme transcurre en una ciudad estadounidense y se focaliza en una pareja de médicos prestigiosos y sus dos hijos, de 14 y 12 años. Steven es un cirujano cardíaco, está casado con Anna, que es oculista. Desde hace algún tiempo, él tiene un vínculo secreto con un misterioso adolescente llamado Martin. Cuando el hombre decide invitarlo a su casa y presentarlo a su familia, arrancan los problemas por motivos que desconocemos pero que pronto descubriremos. Hasta ahí todo bien, pero la película ingresa a una etapa de actos terribles provocados por un pasado horrendo, pero el registro negrísimo de crueldad no se condice con la realidad sino que se impregna de un tono absurdo que sólo funciona en el terreno de lo metafórico. Sólo pensando al filme como una “metáfora” de la venganza bíblica y la culpa cristiana podremos evitar la sarcástica risa. O bien entenderlo a Lanthimos como al cineasta que está haciendo sus primeras arnas para seguir el paso de Stanley Kubrick.
Con el corazón roto Al director coreano Hong Sang-soo las mujeres le han roto el corazón. Como a Woody Allen. 21 películas en 21 años. También el cineasta neoyorquino entregó a sus espectadores una película por año. En la reciente "El día después" Sang-soo cuenta el día de un editor envuelto en una historia con tres mujeres: su mujer, su amante y su nueva empleada. Otra vez, un hombre con mal de amores. Este editor de ficciones decide confesar a su mujer su infidelidad, al tiempo que su amante lo abandona y lo acusa de cobarde, y la nueva empleada en su primer día de trabajo le pregunta si sabe por qué vive, mientras comen comida china y consumen botellas de soju, en una perfecta fotografía en blanco y negro, con largos planos secuencia que buscan gestos mínimos. ¿Esto basta para redondear una buena película? Obviamente que no. La estructura repetitiva de Hong-soo resulta hartante sobre todo cuando el relato de tanto ir y venir en el tiempo y espacio termina confundiéndolo todo. Además, el tono de comedia que intercala al argumento dramático del filme -al estilo de Woody Allen- no provoca el efecto buscado, al menos en esta parte del mundo.
La ira de Aguirre, el director En”Arpón”aparecen varias historias por contar, pero sólo se cuenta una de ellas y no se la cuenta bien o la historia presume una expectativa superior a lo relatado. De Silva interpreta al director de un colegio del agreste conurbano bonaerense donde los alumnos y los profesores hacen lo que pueden, en un micromundo no tenido demasiado en cuenta por nadie. Las opciones son tan escasas como el asfalto y la buena iluminación en el barrio que rodea al colegio. Vale aclarar que la escuela en cuestión está atravesada por la marginalidad y la violencia, y su director, Aguirre, un hombre de doble vida -rígido durante el día y yendo de putas por las noches- es sobre todo un violento, y dicha violencia la ejerce todo el tiempo contra el que sea. Aguirre, también, parece vivir obsesionado por encontrar droga en las mochilas de los alumnos y tiene entre ojos a una chica que se niega a abrirle su mochila. El eje del filme pasa por esta relación. Aguirre no parece un director de escuela, tiene un perfil más cercano a un militar retirado. Es difícil saber si hay directores de escuela parecidos a él. “Arpón” amaga en un momento con transformarse en un thriller pero el relato se diluye rápidamente por culpa del guión.
"Suburbicón", la casa de al lado El calendario marca el año 1957 y la vida en Estados Unidos es pura felicidad. La prolija y prolífica ciudad de Suburbicon, es un reflejo de ese paraíso. El sueño americano parece ser esas familias blancas amorosas y solidarias representadas por los Lodge, en sus casas de ensoñadores tonos pastel, con la paz que se respira en el aire de las calles residenciales... hasta que llegan los nuevos vecinos de la cuadra, justo al lado de los Lodge: una familia negra. A partir de esta llegada todo lo maravilloso se convierte en una historia de terror, literalmente. Sobre todo a partir de que la casa de los Lodge es víctima de un robo, hecho que conlleva una tragedia, al tiempo que el líder del hogar, Gardner (Damon), empieza a descontrolarse al mismo ritmo caótico del relato fílmico. Basado en un guión de los hermanos Coen, George Clooney, esta vez detrás de cámara, logra construir un micromundo que fluctúa entre los filmes clásicos de los Coen ("Simplemente sangre") y "El show de Truman" de Peter Weir, bajo la idea de hacer una película rabiosamente ideológica para explicar, una vez más, la intolerancia enquistada en una historia de violencia norteamericana que se extiende hasta nuestros días, sobre todo a estos tiempos de Donald Trump. La película se vuelve previsible aunque es entretenida en todo momento y, a veces, su crítica y su sátira hacia la América blanca se vuelve demoledora.
"Borg vs. mcenroe", un pobre doble retrato La mayoría de las películas sobre hitos deportivos tiene el mismo problema: a la hora de reproducir el hecho puramente deportivo directores y actores fallan porque no son deportistas profesionales, y entonces las tomas parecen exageradas en su dramatismo, con actores más cerca de ser danzarines que atletas. Esto se vio bastante en los filmes sobre boxeo. Y ahora pasa algo parecido en "Borg vs. McEnroe". La película del danés Metz cuenta la historia de la rivalidad entre dos leyendas del tenis: el sueco Bjorn Borg y el norteamericano John McEnroe, teniendo como marco la final de Wimbledon de 1980. Seguramente por su extracción escandinava, el director enfocó la película más en la figura de Borg, la relación con su maestro y su novia, que en el perfil del irascible tenista neoyorquino. Y si bien se puede disimular con una buena edición las tomas deportiva (de hecho las disimula aceptablemente Metz), la síntesis de los perfiles psicológicos de las dos estrellas son marcadamente arquetípicas: los tenistas son niños soberbios, solitarios, egocéntricos, oscuros y perfeccionistas. Así, los datos biográficos, que imaginamos muchos e interesantes en este doble retrato, hacen agua por toda la pantalla grande.
La historia del escritor sin inspiración que cuenta "Ojalá vivas tiempos interesantes" parece una ironía sobre la mismísima película: un relato anodino que nunca encuentra un desarrollo interesante. Marcos, el protagonista, fue alguna vez un exitoso autor de libros infantiles, pero llega un día en que quiere convertirse en un escritor serio y encara la obra que lo redima, mientras en su departamento cultiva flores alucinógenas -erythrinas- que luego seca para fumarlas y/o comercializarlas. Lo cierto es que el joven escritor no encuentra ni las musas ni la historia que intenta contar. Y a la película de Santiago van Dam le ocurre lo mismo. Aunque, es preciso aclararlo, el fracaso del filme no es consecuencia de la ausencia de relato en la novela que está escribiendo el protagonista. En cine, se sabe, puede perdonarse la falta de historia o relato literario, pero es imprescindible un relato cinematográfico. Algo de lo que carece esta película, donde apenas sobreviven algunos sketchs graciosos, la mayoría gracias a un vecino hippie y seductor de mujeres. El resto se vuelve laxo e insustancial, a pesar del intento del director de convertir una comedia fumona en un thriller sangriento.