Cosmopolis

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Vidrios polarizados

Cosmópolis, nuevo opus del canadiense David Cronenberg, es una anécdota más que un relato de ficción basado en la novela homónima de Don DeLillo, que busca a través de un discurso absolutamente crítico y cínico exponer con detalle la futilidad de la vida a partir del avance irrefrenable de un capitalismo salvaje que se ha convertido en religión y ha hecho de la sociedad de consumo su principal fuente de vitalidad, fagocitando voluntades al ritmo de un latido que no descansa y sólo se frena para el recambio de los actores.

Para esa dialéctica perversa, que mira el mundo desde la más pura abstracción, el afuera o mejor dicho todo lo relacionado a lo externo es pasible de un reduccionismo tan grande que todo se vuelve cuantificable, intangible y virtual. Nada más absurdo entonces como representación de ese concepto que el dinero: una cifra seguida de ceros que determinan quién vive y quién muere, pero así como se acumula también se pierde en un segundo y eso es lo que le ocurre al protagonista de esta larga charla para sordos cuando sus predicciones económicas sobre el avance del yuan, la moneda china, amenazan con destruir su imperio y su fortaleza de bienestar artificial, resquebrajada en gráficas que descienden en pantallas HD.

Ese presente que en realidad para los fines de este film se disfraza de futuro se escapa si la mirada no lo cruza o confronta como es el caso de la puesta en escena meticulosa, planteada en el interior de una lujosa limusina blanca que recorre lentamente la ciudad de Nueva York en busca de una peluquería para satisfacer los deseos y caprichos de Erick Packer. A bordo de esta nave, cuyos vidrios no dejan tener contacto con el mundo exterior; con la suciedad y los rostros famélicos, se encuentra el recién mencionado Eric Packer (Robert Pattinson), un multimillonario de 28 años, quien pese a las alertas sobre un posible atentado contra su persona desafía su propia inercia y sedentarismo al pedirle a su chofer que lo conduzca hacia la peluquería de su infancia para hacerse un corte de pelo, tal como solía realizar en el pasado que parece lo único real en su existencia.

A ese templo de la vacuidad rodante se van sumando distintos personajes como asesores de mercado, amantes, doctores, consultores, quienes entablan diálogos filosos con el protagonista en función de una idea integradora del discurso. Así, le llegará también el turno a la función de los medios de comunicación, al sin sentido de acumular riquezas cuando los pobres arrojan ratas a los ricos en medio de protestas antisistema; entre un solipsismo y una radiografía cruel y decadente del mundo postmoderno.

Cosmópolis nos devuelve a aquel David Cronenberg de Crash o Videodrome -claro está con muchos más años encima y cine a las espaldas- con un Robert Pattinson alejado de las adolescentes de Crepúsculo, reflejando sin fisuras en su actuación el ocaso de un yuppie, acompañado de un racimo de grandes actores como Juliette Binoche, Paul Giamatti, Mathieu Amalric, Sarah Gadon, entre otros, en un film que a muchos les resultará denso y sobre dialogado y a otros muy interesante desde su aspecto formal y transgresor. Pero que a la mayoría le generará indiferencia.