El rey invisible
Un ataúd impenetrable, a prueba de sonido, conectado virtualmente con el mundo a través de pantallas planas. Un viaje al cielo (o el infierno) protector del pasado. Un sarcófago de lujo. Sobre ese vehículo se mueve Robert Pattinson. Ese que descontrola a las adolescentes convirtiéndolas en una masa de gritos, el de Crepúsculo y otras yerbas. Su rostro es más vampírico que nunca, ya no tiene intención de sangre (¿alguna vez la tuvo?) porque el mundo real no funciona de esa manera. Este sarcófago es para vampiros auténticos, financistas, banqueros, agentes de bolsa, mercaderes.
La elección de David Cronenberg de usar a Pattinson para el rol de Eric Parker en esta traslación de la novela "imposible" de Don DeLillo es el primer gran acierto, el otro, el de aferrarse a los abstracciones por más agobiantes que estás puedan resultar. Al comienzo de este arduo recorrido uno puede sentirse aburrido o juzgar de poco cinematográfica a la historia, pero este acercamiento tan primitivo a las ideas convierte a ese trayecto para "cortarse el pelo" en medio de una caótica Nueva York en un viaje inanimado donde se repasa la vida en voces, y que parece mostrar el final del capitalismo pero que en realidad, muestra su brutal inmortalidad. Los que mueren son los hombres.
El tiempo y el espacio son claves en la película. Así, las transacciones que maneja Parker son intangibles, el intento de controlar hasta la más mínima fracción de segundo para poder comprender la naturaleza de una moneda como el Yuan (Yen en la versión original de la novela del año 2000, son otros tiempos económicos) nos prepara para un tiempo imposible, falso. En un segundo se puede perder todo. Por eso este viaje como contrapartida funciona como una odisea, toda una vida en un día, el simple hecho de ir a cortarse el pelo le da entidad, certeza. Eso básico, simple, infantil, es una tarea que será confiada al peluquero del barrio, porque existe. Esa peregrinación al pasado es real porque se dilata, consta porque pasa el tiempo. El espacio a recorrer toma forma por su dificultad para lograrlo, así también el espacio físico donde se desplaza Eric. Esa prisión limusina es angustiante, dentro de ahí suceden las palabras, las decisiones, no hay espacio para respirar ni vivir, por eso cada salida es la exposición con el mundo, sus riesgos y pasiones, con los deseos, dentro todo es mecánico y calculado. Parker necesita sentir su materialidad, confirmar su existencia, aunque sea por mero contraste con la muerte.
Cada discurso y palabra es medida, cargando simbolismos que por momentos se vuelven de difícil disección, por otros, claros como que la rata sea una nueva moneda o comprar un desecho de la guerra fría para demostrar la victoria del capitalismo. La inclusión de actores de gran calibre como Mathieu Almaric, Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti funcionan para que los discursos suenen convincentes, para que ese vuelo teatral en los diálogos logren ser más certeros.
La fidelidad del guión de Cronenberg a la novela es de una mimesis asombrosa, duplicando diálogos, palabras, inflexiones, eso ocasiona que la película quede atrapada en una lógica literaria más que cinematográfica, y por eso, surge cierto conflicto inicial para subirse al relato, pero si llegamos a encontrarnos en este viaje de ideas, se puede apreciar una historia que es pertinente hoy, y mañana, seguramente lo sea aún más.