Como los restos del depósito de un estudio
No hay por qué ser prejuicioso. Al fin y al cabo, el cine clase “B” en general y su rey, Roger Corman, en particular, nos han enseñado que todas las ucronías y combinaciones son posibles. Y que aún las más improbables pueden llegar a sorprender si hay la suficiente dosis de desparpajo, imaginación y, eventualmente, sentido del humor. Allí están para probarlo desde Yo fui un cavernícola adolescente (1958) hasta Frankenstein perdido en el tiempo (1990), del propio Corman, por no mencionar más de un episodio de la mítica serie La dimensión desconocida. Bueno, no es precisamente el caso de Cowboys & Aliens. Todas las sospechas que pueda despertar este título cuyos dos vocablos parecen no sólo incongruentes entre sí sino directamente antagónicos, como dos polos que se repelen, no tardan en confirmarse. Sí, Cowboys & Aliens –el conector “&” vuelve ese título, paradójicamente, aún más inconexo– es efectivamente un disparate. Lo curioso es que se trata de un disparate clase “A”, detrás del cual no sólo hay generosos “valores de producción” (como le gustaría al ambicioso gordito que juega a ser director en Súper 8) sino también un rosario de nombres propios con muuuucho cartel en Hollywood. Empezando por uno de sus productores (Steven Spielberg), siguiendo por su director (Jon Favreau, que viene de hacer la exitosa saga Iron Man) y continuando por su bien nutrido elenco, encabezado por Daniel “James Bond” Craig, en compañía de Harrison Ford, Keith Carradine, Paul Dano, Sam Rockwell y la ascendente sex symbol Olivia Wilde, mejor conocida como la doctora “Trece” de Dr. House.
Más curioso aún es que Cowboys & Aliens contabilice en sus créditos a cinco (5) guionistas, tres (3) argumentistas y al autor del comic en el que se basa la película (Scott Mitchell Rosenberg), porque da toda la impresión de que entre los nueve no arman uno. Que la película opere por acumulación no quiere decir necesariamente que sume. La trama sucede en un pequeño pueblo minero del salvaje oeste hacia 1873 y en su desarrollo alberga vaqueros, aliens, indios apaches, caballos, naves espaciales, un ladrón de diligencias, un sheriff veterano, un predicador borrachín, un barman de mala puntería, cascarudos gigantes estilo Eternauta, una cowgirl de otro mundo, un ranchero tiránico, un niño valiente y –como si todo esto fuera poco, damas y caballeros– también un perro bueno y fiel, entre otros cuantos personajes. Todo ese acopio, sin embargo, parece escapado del viejo depósito de un estudio, como si de pronto se hubiera abierto la puerta del trastero y al director se le hubieran venido encima los desechos de películas completamente distintas, con las que se ve en la obligación de armar un “Frankenstein”.
Si el director Jon Favreau o al menos alguno de sus muchos libretistas hubieran tenido algo de sentido del humor, la cosa por lo menos habría tenido su jugo. Pero a pesar de lo que puede llegar a suponerse por su título, Cowboys & Aliens se toma a sí misma demasiado en serio. El personaje de Craig es como un Bond del siglo XIX, un héroe violento dispuesto a utilizar todos sus recursos (incluido un temible gadget que lleva en su muñeca) para salvar al mundo de un peligro que amenaza con exterminarlo. Harrison Ford sobreactúa de ranchero malo, pero con el alma buena, como lo demuestra en la cursi escena final. Y los indios lanzan sus flechas contra todo bicho que se mueve, que son unos cuantos. La única bendición –y en estos tiempos tridimensionales el dato no debe subestimarse– es que no hay que calzarse anteojos 3-D. Al menos, el dolor de cabeza sólo lo puede provocar el empalagoso olor a pochoclo.